17 de agosto, 1959. Godard está despierto desde el amanecer, desde antes, incluso. En unas horas comienza el rodaje de "Sin Aliento" -su primer largometraje-, junto a Jean Paul Belmondo y Jean Seberg. No se ha filmado ni un carrete de película, pero el proyecto ha tenido mucha prensa: viene avalado por los triunfos de Truffaut ("Los cuatrocientos golpes") y Chabrol ("Los primos"), viejos amigos de los Cahiers du cinéma que tal como él pasaron de críticos a directores de cine. Se supone que es un policial, pero en su cabeza Jean-Luc lo imagina como otra cosa: un divertimento, un poema simbolista, una pieza de arte moderno, un homenaje al cine americano. ¿Todo al mismo tiempo? No tiene mucha idea de qué va a hacer, pero sí tiene claro lo que no quiere. Desde hace años. Ahora sólo resta comenzar.
17 de mayo, 1968. ¿Qué hace el cineasta francés más importante del momento en la calle, tirando piedras? Lo mismo que cientos de miles de franceses desde principios de mes. Protestar contra el gobierno. Godard está en lo mismo desde marzo, desde que junto a Truffaut y decenas de realizadores consiguieron traer de vuelta al despedido Henri Langlois a la Cinemateca, pero todo escaló a partir de ahí. Lo acusan de tener malas juntas, de hacerse pasar por maoísta, de juntarse con los estudiantes, y de que él -que había partido alineado con la derecha- ahora se hace pasar por izquierdista. ¿Está mal de la cabeza? ¿Quiere romper de golpe con el pasado? ¿Quiere olvidar la forma en que hacía cine y aprender todo otra vez? ¿Todas las anteriores?
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