"El 24 de marzo ya es un feriado nacional inamovible.
A ver si nos entendemos, mi estimado. Lo que quiere decir es que tenemos que recordarlo para que no vuelva a pasar.
Siempre pensé que era un error centrar el recuerdo de esos años en ese momento espeluznante en que los militares argentinos decidieron hacerse cargo directamente, sin más intermediarios, de la represión y el cambio de estructuras: que era un modo de rendirles homenaje eterno, de seguir sometidos a sus decisiones, en lugar de romper con ese yugo y recordar cuándo por fin tuvieron que irse, por ejemplo. Pero el error tiene sentidos.
Celebrar el 24 de marzo significa una forma de agitar el fantasma para producir disciplina social: muchachos, acuérdense de aquello, no se olviden de que si quieren cambios importantes no les va a salir gratis.
Celebrar el 24 de marzo también significa postular la inocencia perfecta de la democracia. En estos años en que no somos capaces de discutir la democracia, en que tenemos tanto miedo de discutir la democracia -aunque sea el sistema en el que tantos chicos mueren sin necesidad, tantos grandes sufren hambre o enfermedades muy curables-, postular que todo empezó el 24 de marzo es una forma de exculpar al gobierno democrático de Perón y compañía: un modo de pretender que todo el mal empezó con el golpe, que la democracia no torturó, secuestró y mató, democráticamente, a cientos de personas. No; hay que presentar una ruptura brutal donde no la hubo y seguir vendiendo que la democracia es impoluta inmaculada, que los malos fueron esos militares sanguinolentos feos y que todo aquello fue un paréntesis que se cerró; que quedó en el pasado.
Sobre todo eso, que fue un exabrupto que se acabó, algo que se puede encerrar en los museos, y no el principio de una era en la Argentina que todavía dura. Para muestra: en abril de 1976, el secretario de Estado de EEUU Henry Kissinger ordenó a su embajador en Buenos Aires que recomendara a la Junta Militar poner "el énfasis en la disminución de la participación estatal en la economía, promoción de la exportación, atención al relegado sector agrícola, y una actitud positiva hacia la inversión extranjera". Cualquier parecido con el país agroexportador de nuestros días no es una mera coincidencia.
Celebrar el 24 de marzo también se inscribe en uno de los rasgos más penosos del gobierno kirchnerista: los setentas como justificación. Un gobierno de centro que mantiene una desigualdad extrema se llena la boca, se legitima con el recuerdo de los que murieron porque querían un país igualitario. Seremos la quintaescencia del capitalismo de amigos, pero honramos a los compañeros caídos, no se vaya a creer, descolgamos cuadros de milicos y a veces incluso los juzgamos. Total, lo que ellos consiguieron con su violencia -este país, este orden social- no hay quien lo cambie, o por lo menos no nosotros.
Yo creo que no habría que celebrar el 24 de marzo. Si quieren que todos recordemos que hubo una dictadura militar y criminal, celebren el día en que terminó, el 10 de diciembre.
Pero si quieren recordarla en serio, que cuenten para qué sirvió el golpe: para dar vuelta la estructura social y económica de la Argentina, para lo cual, antes que nada, necesitaban deshacer sindicatos y organizaciones que se oponían, que defendían sesenta años de conquistas.
Que cuenten que aquel golpe construyó esta Argentina. Que recuerden que el 24 de marzo lo celebran -con sus prebendas, con su impunidad, con sus extremos beneficios- todos los ricos argentinos.
Martín Caparrós
A ver si nos entendemos, mi estimado. Lo que quiere decir es que tenemos que recordarlo para que no vuelva a pasar.
Siempre pensé que era un error centrar el recuerdo de esos años en ese momento espeluznante en que los militares argentinos decidieron hacerse cargo directamente, sin más intermediarios, de la represión y el cambio de estructuras: que era un modo de rendirles homenaje eterno, de seguir sometidos a sus decisiones, en lugar de romper con ese yugo y recordar cuándo por fin tuvieron que irse, por ejemplo. Pero el error tiene sentidos.
Celebrar el 24 de marzo significa una forma de agitar el fantasma para producir disciplina social: muchachos, acuérdense de aquello, no se olviden de que si quieren cambios importantes no les va a salir gratis.
Celebrar el 24 de marzo también significa postular la inocencia perfecta de la democracia. En estos años en que no somos capaces de discutir la democracia, en que tenemos tanto miedo de discutir la democracia -aunque sea el sistema en el que tantos chicos mueren sin necesidad, tantos grandes sufren hambre o enfermedades muy curables-, postular que todo empezó el 24 de marzo es una forma de exculpar al gobierno democrático de Perón y compañía: un modo de pretender que todo el mal empezó con el golpe, que la democracia no torturó, secuestró y mató, democráticamente, a cientos de personas. No; hay que presentar una ruptura brutal donde no la hubo y seguir vendiendo que la democracia es impoluta inmaculada, que los malos fueron esos militares sanguinolentos feos y que todo aquello fue un paréntesis que se cerró; que quedó en el pasado.
Sobre todo eso, que fue un exabrupto que se acabó, algo que se puede encerrar en los museos, y no el principio de una era en la Argentina que todavía dura. Para muestra: en abril de 1976, el secretario de Estado de EEUU Henry Kissinger ordenó a su embajador en Buenos Aires que recomendara a la Junta Militar poner "el énfasis en la disminución de la participación estatal en la economía, promoción de la exportación, atención al relegado sector agrícola, y una actitud positiva hacia la inversión extranjera". Cualquier parecido con el país agroexportador de nuestros días no es una mera coincidencia.
Celebrar el 24 de marzo también se inscribe en uno de los rasgos más penosos del gobierno kirchnerista: los setentas como justificación. Un gobierno de centro que mantiene una desigualdad extrema se llena la boca, se legitima con el recuerdo de los que murieron porque querían un país igualitario. Seremos la quintaescencia del capitalismo de amigos, pero honramos a los compañeros caídos, no se vaya a creer, descolgamos cuadros de milicos y a veces incluso los juzgamos. Total, lo que ellos consiguieron con su violencia -este país, este orden social- no hay quien lo cambie, o por lo menos no nosotros.
Yo creo que no habría que celebrar el 24 de marzo. Si quieren que todos recordemos que hubo una dictadura militar y criminal, celebren el día en que terminó, el 10 de diciembre.
Pero si quieren recordarla en serio, que cuenten para qué sirvió el golpe: para dar vuelta la estructura social y económica de la Argentina, para lo cual, antes que nada, necesitaban deshacer sindicatos y organizaciones que se oponían, que defendían sesenta años de conquistas.
Que cuenten que aquel golpe construyó esta Argentina. Que recuerden que el 24 de marzo lo celebran -con sus prebendas, con su impunidad, con sus extremos beneficios- todos los ricos argentinos.
Martín Caparrós
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