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En febrero, se cumple el aniversario del nacimiento de Domingo F. Sarmiento. Están programados eventos institucionales –la emisión de una moneda con su efigie o la edición de sus obras por la Biblioteca del Congreso–, pero no está planificado ningún acto de gran relevancia. Es que la figura de Sarmiento fue siempre, incluso mientras vivía, controversial. Una controversia que se extiende hasta nuestros días, en los que sus protagonistas no se deciden por definirlo como el genial padre del aula o como un cipayo ideólogo antinacional.
“Sarmiento es un personaje de intensos claroscuros –explica Pacho O’Donnell–. Como siempre se han privilegiado y difundido sus aspectos más positivos, por ejemplo, los referidos a la concepción de la educación como necesidad civilizatoria. En ese sentido el revisionismo histórico siempre ha tenido una posición crítica hacia las posturas de Sarmiento. Fue el portavoz de los vencedores de las guerras civiles, el representante de los unitarios devenidos y rebautizados liberales, pero liberales a la argentina, es decir, autoritarios. Definió muy bien el proyecto de organización nacional elitista, porteñista, antipopular y extranjerizante cuando propuso el dilema ‘Civilización o Barbarie’. ‘Civilización’ era su grupo y ‘barbarie’ todo lo demás: los federales, las provincias, los sectores populares, las tradiciones cristianas y criollas. El proyecto del que fue vocero, ideólogo y ejecutor, fue derrotado. Este país es absolutamente unitario y centralista, se denigra lo nacional en beneficio de lo extranjero, ser provinciano es un demérito y siempre hubo élites sociales pendientes de los intereses imperiales del momento. Muy groseramente podría decirse que si a alguien le gusta ese modelo, alabará a Sarmiento sin dudar. Si le gusta un mapa federal, donde se tengan en cuenta los intereses populares y lo nacional, seguramente se lo objetará en algún punto”.
La historiadora Lucía Gálvez es taxativa: “Era un genio. Con contradicciones, pero un genio. Tenía un proyecto para el país que planteaba la construcción de la civilización sobre una acción educativa y que fomentara la inmigración. Defendió los derechos de la mujer como un adelantado para su época y llegó a decir que la civilización se detiene a la puerta de las naciones donde no se respeta a las mujeres. Fue, además, un gran escritor: Unamuno dijo que fue el mayor escritor de habla hispana del siglo XIX. Eso no quita que tuviera defectos, pero sus exabruptos siempre fueron pronunciados al calor de una pelea.”
Daniel Molina, director del Área de Letras y Cultura Web del Centro Cultural Rojas (UBA) también es un apasionado defensor del prócer: “Sarmiento quizás sea el estadista más grande que dio la Argentina. Sin Sarmiento, este país no existiría. Entendió una utopía maravillosa, que es la educación pública, masiva, laica y en manos del Estado, cuestiones que destruyó la dictadura y fulminó el menemismo. Su acción logró terminar con el analfabetismo en una generación; impulsó una verdadera revolución cultural, sin semejanza a ninguna ley parlamentaria del montón. Se peleó con la Iglesia a muerte, al punto que Roca tuvo que echar al embajador del Vaticano y se rompieron las relaciones diplomáticas. Si se lo analiza con las ideas del siglo XIX, porque no se puede juzgar con los valores del siglo XXI, se puede afirmar que luchó por un país moderno y fue un apasionado que muchas veces se equivocó, pero cuyo objetivo era inventarle una nación al desierto”.
Para Hernán Brienza: “Sarmiento es una figura contradictoria, ambigua. Sarmiento prefería lo europeo y lo norteamericano. Pensó que el desarrollo implicaba una copia de lo extranjero y vio la cuestión de la verdad en lo ajeno y no en lo propio. Eso puede convertir a la Argentina en cosmopolita, pero también ejerce una desconscientización sobre los propios valores, del propio poder, en el sentido nietzscheano de voluntad o poderío de una nación. Sarmiento mostró un profundo desprecio por el gauchaje y por lo indio. Dijo cosas terribles sobre los gauchos, los irlandeses, los judíos, de los que señaló que no tenían otro interés que el dinero. Si bien él es hijo de los prejuicios de su tiempo, también actúa como el gran prejuicioso, que contrata la racionalidad y el laicismo que también supo exhibir”.
El historiador José Vazeilles afirma que “Sarmiento fue el hombre más ambiguo de su época. Contribuyó a la conformación de una ideología oligárquica a través de un platonismo moderno que idealizaba la civilización occidental y condenaba, sin realismo histórico, a los sectores populares de la Argentina. Por otro lado, fue propulsor de un posible desarrollo agrario basado en la pequeña propiedad que no le dejaron desarrollar, salvo en la zona de Chivilcoy, donde realizó una experiencia inédita en ese momento. En medio de personajes más nítidos, como Mitre, que era puramente oligárquico y bastante estúpido, Sarmiento se destaca por esa ambigüedad”.
El historiador nacionalista Federico Gastón Addisi acuerda con la no conmemoración de su natalicio y lo atribuye al giro gubernamental hacia la reivindicación de Rosas o de la Batalla de la Vuelta de Obligado. “Sarmiento es parte de la antinomia federales y unitarios que dividió al país y sigue vigente. Los unitarios expresan el proyecto liberal y europeo y Sarmiento, junto a Rivadavia y Mitre, fue uno de los máximos expositores de esas ideas. El federalismo se propuso construir una patria con desarrollo autónomo, en cambio el liberal sólo lo plantea como un mero productor de materias primas. Cuando viajó a los Estados Unidos trajo el modelo de educación norteamericano y sugería poblar el país con ciudadanos anglosajones. Por eso dijo que mientras existieran el gaucho y el chiripá nunca se impondría su ideología, ya que ese modelo anglosajón chocaba con las raigambres latinoamericanas de raíz hispana que se manifiestan en lo profundo de la nación. Desde la defensa de la soberanía, Sarmiento representa todo lo que un patriota considera deleznable”.
El especialista en educación Gustavo Bombini: “Es el primer creador de políticas de lectura de la Argentina. Fue el gran impulsor de la alfabetización y la inclusión, aunque el matiz ideológico de su época le impedía ver la inclusión más allá de los límites que esos años marcaban. Sentó las bases del sistema educativo, de las bibliotecas primarias y populares, todos hechos homenajeables. Después están sus dichos controversiales, como su hostilidad hacia el gaucho. Sin embargo, Sarmiento, pese a pertenecer a un grupo hegemónico, supo brindarle a sus recorridos personales intervenciones que lo distinguían”.
Aunque controvertido, es un personaje que conduce a la pasión y al debate sobre qué modelo de nación nos merecemos. Una discusión que continúa. Ya había dicho Borges que, si se hubiera elegido a Facundo en lugar de Martín Fierro como texto nacional, diferente hubiera sido nuestra historia.
En febrero, se cumple el aniversario del nacimiento de Domingo F. Sarmiento. Están programados eventos institucionales –la emisión de una moneda con su efigie o la edición de sus obras por la Biblioteca del Congreso–, pero no está planificado ningún acto de gran relevancia. Es que la figura de Sarmiento fue siempre, incluso mientras vivía, controversial. Una controversia que se extiende hasta nuestros días, en los que sus protagonistas no se deciden por definirlo como el genial padre del aula o como un cipayo ideólogo antinacional.
“Sarmiento es un personaje de intensos claroscuros –explica Pacho O’Donnell–. Como siempre se han privilegiado y difundido sus aspectos más positivos, por ejemplo, los referidos a la concepción de la educación como necesidad civilizatoria. En ese sentido el revisionismo histórico siempre ha tenido una posición crítica hacia las posturas de Sarmiento. Fue el portavoz de los vencedores de las guerras civiles, el representante de los unitarios devenidos y rebautizados liberales, pero liberales a la argentina, es decir, autoritarios. Definió muy bien el proyecto de organización nacional elitista, porteñista, antipopular y extranjerizante cuando propuso el dilema ‘Civilización o Barbarie’. ‘Civilización’ era su grupo y ‘barbarie’ todo lo demás: los federales, las provincias, los sectores populares, las tradiciones cristianas y criollas. El proyecto del que fue vocero, ideólogo y ejecutor, fue derrotado. Este país es absolutamente unitario y centralista, se denigra lo nacional en beneficio de lo extranjero, ser provinciano es un demérito y siempre hubo élites sociales pendientes de los intereses imperiales del momento. Muy groseramente podría decirse que si a alguien le gusta ese modelo, alabará a Sarmiento sin dudar. Si le gusta un mapa federal, donde se tengan en cuenta los intereses populares y lo nacional, seguramente se lo objetará en algún punto”.
La historiadora Lucía Gálvez es taxativa: “Era un genio. Con contradicciones, pero un genio. Tenía un proyecto para el país que planteaba la construcción de la civilización sobre una acción educativa y que fomentara la inmigración. Defendió los derechos de la mujer como un adelantado para su época y llegó a decir que la civilización se detiene a la puerta de las naciones donde no se respeta a las mujeres. Fue, además, un gran escritor: Unamuno dijo que fue el mayor escritor de habla hispana del siglo XIX. Eso no quita que tuviera defectos, pero sus exabruptos siempre fueron pronunciados al calor de una pelea.”
Daniel Molina, director del Área de Letras y Cultura Web del Centro Cultural Rojas (UBA) también es un apasionado defensor del prócer: “Sarmiento quizás sea el estadista más grande que dio la Argentina. Sin Sarmiento, este país no existiría. Entendió una utopía maravillosa, que es la educación pública, masiva, laica y en manos del Estado, cuestiones que destruyó la dictadura y fulminó el menemismo. Su acción logró terminar con el analfabetismo en una generación; impulsó una verdadera revolución cultural, sin semejanza a ninguna ley parlamentaria del montón. Se peleó con la Iglesia a muerte, al punto que Roca tuvo que echar al embajador del Vaticano y se rompieron las relaciones diplomáticas. Si se lo analiza con las ideas del siglo XIX, porque no se puede juzgar con los valores del siglo XXI, se puede afirmar que luchó por un país moderno y fue un apasionado que muchas veces se equivocó, pero cuyo objetivo era inventarle una nación al desierto”.
Para Hernán Brienza: “Sarmiento es una figura contradictoria, ambigua. Sarmiento prefería lo europeo y lo norteamericano. Pensó que el desarrollo implicaba una copia de lo extranjero y vio la cuestión de la verdad en lo ajeno y no en lo propio. Eso puede convertir a la Argentina en cosmopolita, pero también ejerce una desconscientización sobre los propios valores, del propio poder, en el sentido nietzscheano de voluntad o poderío de una nación. Sarmiento mostró un profundo desprecio por el gauchaje y por lo indio. Dijo cosas terribles sobre los gauchos, los irlandeses, los judíos, de los que señaló que no tenían otro interés que el dinero. Si bien él es hijo de los prejuicios de su tiempo, también actúa como el gran prejuicioso, que contrata la racionalidad y el laicismo que también supo exhibir”.
El historiador José Vazeilles afirma que “Sarmiento fue el hombre más ambiguo de su época. Contribuyó a la conformación de una ideología oligárquica a través de un platonismo moderno que idealizaba la civilización occidental y condenaba, sin realismo histórico, a los sectores populares de la Argentina. Por otro lado, fue propulsor de un posible desarrollo agrario basado en la pequeña propiedad que no le dejaron desarrollar, salvo en la zona de Chivilcoy, donde realizó una experiencia inédita en ese momento. En medio de personajes más nítidos, como Mitre, que era puramente oligárquico y bastante estúpido, Sarmiento se destaca por esa ambigüedad”.
El historiador nacionalista Federico Gastón Addisi acuerda con la no conmemoración de su natalicio y lo atribuye al giro gubernamental hacia la reivindicación de Rosas o de la Batalla de la Vuelta de Obligado. “Sarmiento es parte de la antinomia federales y unitarios que dividió al país y sigue vigente. Los unitarios expresan el proyecto liberal y europeo y Sarmiento, junto a Rivadavia y Mitre, fue uno de los máximos expositores de esas ideas. El federalismo se propuso construir una patria con desarrollo autónomo, en cambio el liberal sólo lo plantea como un mero productor de materias primas. Cuando viajó a los Estados Unidos trajo el modelo de educación norteamericano y sugería poblar el país con ciudadanos anglosajones. Por eso dijo que mientras existieran el gaucho y el chiripá nunca se impondría su ideología, ya que ese modelo anglosajón chocaba con las raigambres latinoamericanas de raíz hispana que se manifiestan en lo profundo de la nación. Desde la defensa de la soberanía, Sarmiento representa todo lo que un patriota considera deleznable”.
El especialista en educación Gustavo Bombini: “Es el primer creador de políticas de lectura de la Argentina. Fue el gran impulsor de la alfabetización y la inclusión, aunque el matiz ideológico de su época le impedía ver la inclusión más allá de los límites que esos años marcaban. Sentó las bases del sistema educativo, de las bibliotecas primarias y populares, todos hechos homenajeables. Después están sus dichos controversiales, como su hostilidad hacia el gaucho. Sin embargo, Sarmiento, pese a pertenecer a un grupo hegemónico, supo brindarle a sus recorridos personales intervenciones que lo distinguían”.
Aunque controvertido, es un personaje que conduce a la pasión y al debate sobre qué modelo de nación nos merecemos. Una discusión que continúa. Ya había dicho Borges que, si se hubiera elegido a Facundo en lugar de Martín Fierro como texto nacional, diferente hubiera sido nuestra historia.
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