jueves, 1 de abril de 2010

RAUL ALFONSIN ES UN SÍMBOLO


Por Javier del Rey Morató, 6 de Abril de 2009
Raúl Alfonsín es un símbolo. No sólo un símbolo argentino. Es un símbolo latinoamericano. Y un símbolo universal, de la democracia y del Estado de Derecho, ante la indignidad de unos militares que asesinaron a mansalva pensando que sólo eran responsables ante Dios.

ANTE LA NOTICIA DE LA MUERTE DE RAÚL ALFONSÍN, este articulista recordó cuando le conoció. Fue en el hall del hotel en el que se alojaba en Madrid, en la Plaza de España. El autor de este artículo le regaló un libro de comunicación política del que es autor, y el ex presidente se mostró muy interesado en el tema. Me dijo que quería escribir un libro sobre comunicación política, y que le venía muy bien el libro que el autor le regalaba.
Era elegante en el hablar, sabía escuchar, y esa tarde –sin conocer de nada al autor del libro–, se mostró interesado por aprender sobre comunicación política, con una humildad que conmovió a este articulista.

Raúl Alfonsín es un símbolo. Y no sólo un símbolo argentino: un símbolo latinoamericano, y un símbolo universal. ¿Símbolo de qué?, se preguntará el lector. Símbolo de la dignidad recuperada. Símbolo de la democracia. Símbolo del Estado de Derecho, ante la indignidad de unos militares que se creyeron propietarios de las vidas de sus compatriotas, propietarios de las vidas de sus hijos, que asesinaron y robaron pensando que sólo eran responsables antes Dios y ante la historia.
ANTE LA INMORALIDAD DE LA DICTADURA: Raúl Alfonsín llegó a la Casa Rosada en un país arrasado por la inmoralidad de una dictadura que ocupó el país militarmente, que asesinó a mansalva, que secuestró a los hijos de los asesinados para entregárselos a otras familias, y que contó con la complicidad de la Iglesia católica para perpetrar sus fechorías a expensas de los ciudadanos.

Cuando sospechó que su poder se tambaleaba, aquellos militares no vacilaron en declarar una guerra a Gran Bretaña, por unas hectáreas insulares que no conseguirían hacer suyas, porque la ineptitud y la mediocridad de los uniformados sólo consiguió una derrota estrepitosa y humillante, al precio de la sangre que derramaron muchos jóvenes argentinos.


EL HOMBRE QUE CUMPLIÓ SU PALABRA: El 10 de diciembre de 1983 Raúl Alfonsín tomaba posesión de la Presidencia de la República, con la firme decisión de investigar quiénes habían planificado y dado las órdenes durante la dictadura, y quiénes habían cometido delitos de lesa humanidad. El presidente Alfonsín cumplió su palabra. No le tembló la mano ante los uniformados, a los que la justicia puso en su lugar. Todavía recordamos el protagonismo del fiscal Strassera ante el atribulado rostro de Videla.

No importa ahora si fracasó ante la Economía, y tampoco resulta relevante ante la historia si tuvo que precipitar su salida de la Casa Rosada. Esa es la letra pequeña de la historia, ante la que las generaciones no se detendrán. Lo importante es lo otro: la dignidad recuperada y la justicia ante los que pretendían que sus crímenes de Estado quedaran impunes.
Si querían pasar a la historia como los salvadores de la República, sólo consiguieron ingresar en los libros de historia por la puerta de servicio: como asesinos y cómplices de asesinos, como violadores de los derechos humanos, y como meros figurantes en una historia en la que destaca, con luz propia, Raúl Alfonsín.
EL INFORME NUNCA MÁS: Bajo su gobierno se elaboró el informe Nunca Más, dirigido por Ernesto Sabato, y bajo su gobierno Argentina volvió a sentirse estimada por el mundo, porque dio una lección moral, jurídica y política al mundo, con ese Nuremberg porteño que fue el juicio a los responsables de la infamia.

ALFONSÍN SE MERECE UN MONUMENTO EN BUENOS AIRES: Con todos los merecimientos, Alfonsín tiene ya un monumento en nuestra memoria. Y tendrá, sin duda, un monumento en Buenos Aires, que recordará a las futuras generaciones que la dignidad y la valentía no tienen precio ni admiten pacto con la inmoralidad y con los asesinos, aunque lleven uniforme y no oculten su desprecio por los ciudadanos que les juzgan.

Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay tendrán que reconocerle que él es el inventor del MERCOSUR, junto a su amigo José Sarney, ex presiente de Brasil, que estos días le dedicó un encendido y sentido elogio. Alfonsín también merece un monumento en Asunción, en Montevideo y en Brasilia, y seguramente lo tendrá.
En la última despedida, agradecemos al gran político de Chascomús los servicios prestados a la causa de la democracia, a la causa de la dignidad humana, a la causa del coraje frente a la estupidez y la inmoralidad.

En una Argentina desmoralizada, donde el político honesto parece ser un bien escaso, Raúl Alfonsín supo vivir y morir en su piso de la calle de Santa Fe, que, según me cuentan, tiene cincuenta metros cuadrados. Esa pobreza es, paradójicamente, su riqueza. Ese es su legado. Entra en la historia por la puerta grande.
En la última despedida, cuando la muerte anula las diferencias –aunque instaura otras–, y admite el tuteo, te decimos, con emoción, aquello que los romanos pronunciaban ante los restos del compañero al que enterraban: Raúl Alfonsín, Sit Tibi Terra Levis.

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