En esta nota omitimos toda referencia a Muammar Al -Gadhafi porque no es pertinente en un análisis de tensiones e intereses económicos donde la violencia – la repudiamos en cualquiera de sus formas- es apenas una metodología para conseguir un fin.
Comenzamos señalando que, en los últimos diez días, decenas de miles de trabajadores extranjeros han sido repatriados de Libia por sus propios gobiernos, en prevención de lo que pueda suceder. Son empleados de multinacionales como BP, Royal Dutch Shell, Total, BASF, Statoil, Repsol y ENI y unos 30 mil trabajadores chinos de la industria petrolera y de la construcción. Son la imagen viviente de la globalización de las multinacionales que han venido operando en Libia a pesar del gobierno del hoy cuestionado Gadhafi.
El petróleo y el gas de Libia son de alta calidad y las reservas garantizan su provisión durante varios años. La explotación de los hidrocarburos por empresas principalmente europeas proporcionan al país una “balanza comercial positiva de 27.000 millones de dólares al año y un ingreso per cápita medianamente elevado de 14.600 dólares, seis veces mayor que el de Egipto” (ver Almanaque Mundial 2011). La población es de sólo 6,1 millones de habitantes contra casi 85 millones de Egipto. Por lo tanto es mayor que la de ese y otros países norteafricanos lo que queda probado por el hecho de que trabajan en Libia un millón y medio de inmigrantes provenientes sobre todo del norte de África. Consecuencia: el descontento de las masas no parece haber sido el factor desencadenante de los enfrentamientos, como sí ocurrió en Túnez o Egipto.
Tampoco ha tenido el caracter de revuelta popular sino que hubo y hay enfrentamientos entre grupos armados. Desde el comienzo del conflicto hubo participación de tropas militares entrenadas y fuertemente armadas lo que dio lugar a la especulación de “una verdadera guerra civil, debida a una división del grupo gobernante”, como afirman algunos analistas.
La reacción de las potencias internacionales se ha correspondido -más que con razones humanitarias- con sus intereses en torno al petróleo. Pekín, que tiene un comercio con Libia en pleno desarrollo, ha pedido “un rápido retorno a la estabilidad y la normalidad”. Moscú se encuentra en una situación semejante”.
Washington, por su parte ha mostrado los dientes a Gadhafi -cosa que no hizo con Mubarak- y anunció que EE.UU. prepara “toda la gama de opciones que tenemos a nuestra disposición para responder a esta crisis, incluidas acciones que ponemos emprender solos y otras que podemos coordinar con nuestros aliados a través de instituciones multilaterales’”. O sea: puede ser intervención militar en solitario o con los aliados de la OTAN.
Esta actitud parece dar la razón a quienes consideran que Libia estaba en los planes militares de EE.UU. como lo estuvo Irak en su momento. La estructura económica y el esquema de relaciones internacionales podrían variar en beneficio de las multinacionales norteamericanas, actualmente ausentes en Libia. Esto le permitiría abrir y cerrar el grifo de los hidrocarburos a su voluntad tanto en dirección a Europa como hacia China, su actual competencia.
Toda África está nuevamente en la mira del colonialismo. La división de Sudán, como fenómeno reciente y sólo por dar un ejemplo, marca el desplazamiento del interés militar y económico de los Estados Unidos hacia países menos díscolos que los latinoamericanos. Significa también un avance para frenar la acreciente presencia China, propietaria de vastas extensiones de tierras y constructora de industrias e infraestructuras a cambio de petróleo.
Un dato que apuntan expertos militares es que “la OTAN también entra ahora en el juego, ya que está a punto de concluir un tratado de cooperación militar con la Unión Africana que incluye a 53 países. La central de la cooperación de la Unión Africana con la OTAN ya se está construyendo en Addis Abeba: una estructura moderna, financiada con 27 millones de euros de Alemania, bautizada: “Construyendo paz y seguridad.”
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