La inseguridad en uno es simétrica a la sensación de inseguridad en el otro. De allí nuestra imposibilidad de admirar sin rencor, de halagar evitando que la hiel de la envidia se filtre en el elogio, lo que bien podría llamarse "síndrome del SÍ pero..."
Alberto Sarrome en su libro "La envidia entre nosotros" cita lgunos ejemplos de la vida cotidiana:
-Es inteligente, sí, pero muy raro...-Habra que ver cómo hizo para conseguir lo que tiene...
-Se rompió para tener plata, pero de qué le sirve si sigue siendo un bruto...
-Sí, pero con una mina así uno termina cornudo...
-De qué le vale ser inteligente, si no tiene un peso...
-No sé a quién salió, con los padres que tiene...
-A mí, tanta honestidad no me convence...
El abismo entre los puntos de vista sobre lo propio y lo ajeno constituyó una de las heridas más antiguas de nuestra identidad.
Arturo Jauretche en "Los profetas del odio y de la yapa" escribió: "La incomprensión de lo nuestro preexistente como hecho cultural o, mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, nos llevó al siguiente dilema: todo hecho propio, por serlo, es bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado".
Carlos Mastrorilli, citado por Jauretche, publicó en 1967: "En esa mentalidad hay un cierto mesianismo al revés y una irrefrenable vocación por la ideología. Por el mesianismo invertido, la mentalidad colonial cree que todo lo autóctono es negativo y todo lo ajeno, positivo. Por el ideologismo prefiere manejar la abstracción y no la concreta realidad circunstanciada. Su idea no es realizar un país sino fabricarlo, conforme a planos y planes, y son éstos los que se tienen en cuenta y no el país que sustituyen y derogan porque como es, es obstáculo".
Jauretche agrega: "Sarmiento y Alberdi querían cambiar al pueblo. No educarlo, sino liquidar la vieja estirpe criolla y rellenar el gran espacio vacío con sajones". Pero la vida real se divirtió con ellos: los ingleses instalados en Argentina se agauchaban, y también los polacos y los alemanes y los italianos...
Aquello terminó abonando la delirante "Teoría de los Climas", de Montesquieu, reformulada por David Hume que afirmó en 1748: "Hay alguna razón para pensar que todas las naciones que viven más allá de los círculos polares o entre los trópicos han sido siempre invencibles y los más cercanos a los trópicos han estado sometidos a monarcas, casi sin excepción".
No vale la pena perder espacio en rebatirlo. ¿Cuál era, entonces, la influencia del paisaje sobre el estado de ánimo del alma nacional? ¿Influía sobre la conducta el gran desierto argentino? ¿El gaucho se escapaba de la ley o cabalgaba hipnotizado por el infinito de la pampa? ¿Los indios no querían trabajar por su "naturaleza caída" o porque eran expoliados por los españoles?
Somos, los argentinos, el resultado de un país joven que pasó por una infancia violenta. Nuestros ojos guardan, todavía, el miedo al saqueo, la genuflexión de las clases dirigentes, la traición a la vuelta de la esquina, la vital necesidad de creer en algo que no sabemos de qué se trata.
¿Habremos sido verdaderamente argentinos alguna vz? ¿Cuándo nos tomaremos en serio a nosotros mismos?
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