Desde hace unas semanas, me he convertido en fan de la serie DEADWOOD. Me acuerdo que hace unos años (2004 ó 2005, aproximadamente) la pasaban por Fox y me parecía una propuesta tentadora: una serie ambientada en el Lejano Oeste cuyo primer capítulo fue dirigido por el legendario Walter Hill. Por cuestiones de tiempo, no me enganché a verla.
Ahora, gracias al DVD, tengo la primera temporada de la serie (aporte de Federico).
Al principio, me costó un poco sintonizar con la propuesta (y sé que no soy el único), quizás porque uno está más acostumbrado a otro tipo de western. Estoy hablando del western de Sergio Leone, Clint Eastwood. Y yendo más lejos, el western de John Ford y Howard Hawks. DEADWOOD va para otro lado. Parece que no pasa nada, hay una quietud muy absorvente, hasta que de repente empezás a conectarte con los personajes y sus aventuras.
Quedé fascinado con el retrato del mítico Will Bill Hickcok, un personaje real del Lejano Oeste incorporado a la serie con la genial interpretación de Keith Carradine. Hace poco me enteré, por medio de Pablo, que el Hickock-real estuvo en Deadwood y murió de la misma forma que nos muestran en la serie. Sorprendente.
Obviamente, el principal encanto de la serie radica en la soberbia interpretación de Ian McShane, con un monumental personaje hecho a su medida: un villano encantador, omnipotente y manipulador, poseedor de un inmenso carisma y un caudal de ambiciones ilimitadas.
Pues bien, ¿cómo definimos Deadwood? Es una serie ambientada en 1876, la época de la fiebre del oro de Estados Unidos. La acción transcurre en una incipiente ciudad fronteriza, donde los pioneros lucharán infatigablemente por el poder. Una época sin ley, donde todo y todos tenían un precio. En cada uno de los personajes (pioneros, colonos, bandidos en busca de redención) persiste un notable desosiego espiritual y una gran voluntad de supervivencia. Para decirlo con pocas palabras, es una obra de Shakespeare ambientada en el Far West.
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