lunes, 20 de agosto de 2012

TONY SCOTT, POR MIGUEL REFOYO



(1944-2012)
Nos hemos levantado con una triste noticia. La inesperada muerte de Tony Scott a causa de la innatural forma que siempre revela el suicidio deja al cine con la contusión de la pérdida de uno de los directores más inspirados en el género de acción que ha tenido Hollywood en mucho tiempo. Me atrevería a escribir que en toda su Historia. El director de ‘blockbusters’ inolvidables, el genio del ‘modus operandi’ único que devenía en mezcla de formatos, escupiendo virulentamente imágenes de un modo casi estroboscópico, nos ha dejado para siempre con un montón de interesantes proyectos en cartera. Fundamentalmente, la curiosidad cinematográfica que había suscitado esa secuela de ‘Top Gun’, el filme que le elevó a autor reconocido en la gran industria, tres décadas después de su estreno.
Una de las características más predominantes en el cine de Tony Scott era ese montaje frenético de impronta ‘videoclipera’ y publicitaria, de constantes filtros sincopados, de encuadres imposibles, de grúas improcedentes que propugnaron una abrasiva estética percutante que a algunos terminaba por resultar excesiva. El pequeño de los Scott fue así. Siempre fiel a una forma de hacer cine privativa y reconocible. Para bien o para mal, su estilo marcó un estereotipo de cine imitado y furibundo que, más allá de la aparente insipidez de su forma, fue todo un paradigma de honestidad hacia el género del que nunca se ha separó a lo largo de su carrera.

En el cine de Scott prevaleció la forma por encima del fondo, cierto. Sin embargo, nunca fue un óbice para enfatizar en sus muchísimos valores. El cineasta de títulos tan antológicos como ‘Revenge’, ‘Superdetective en Hollywood II’, ‘Días de trueno’, ‘El último Boy Scout’, ‘Amor a quemarropa’ o ‘Marea roja’ marcó un estereotipo de cine furibundo que le hicieron convertirse en uno de los mejores y más valedores cineastas de este género reconocible en elementos como el montaje, los efectos, las explosiones y persecuciones que, en ocasiones obedecieron a la sensatez y la objetividad, pero que dinamizaron los cauces visuales y narrativos con una marca de la casa que echaremos de menos. Fue un pionero, un investigador de las técnicas fílmicas que impuso una visión distinta a todo lo que se venía haciendo allá por los años 80.
Ya no habrá más invitaciones al visual mundo estético de efusión y diligencia que nos otorgó en sus últimos trabajos (‘El fuego de la venganza’, ‘Déjà vu’, ‘Asalto al tren Pelham 1 2 3’ o ‘Imparable’) de estilo perfectamente convulsionado, constante movimiento y progresión narrativa de un cine luminiscente e hiperactivo. Scott permaneció ajeno a las modas, evolucionando y experimentando con un estilo postmodernista de métodos divergentes, con una única visión siempre enfocada a la acción y la violencia que ahora elevó al arte cinematográfico.
Su muerte nos deja mucho más huérfanos de espectáculo.
Hasta siempre, maestro.


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