martes, 24 de septiembre de 2013

THE MASTER de Paul Thomas Anderson

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EL INVESTIGADOR

Al revisar la filmografía del guionista y director Paul Thomas Anderson, pueden diferenciarse dos claras etapas: la primera, compuesta por los films Hard Eight, Juegos de Placer, Magnolia y Embriagado de Amor, y una segunda que comenzó conPetróleo Sangriento y que continua ahora con The Master. La primera etapa puede describirse como el “periodo emotivo” de Anderson, donde sus películas eran montañas rusas emocionales pobladas por personajes con profundas necesidades afectivas, personajes solitarios en busca de amor, amistad, figuras paternas o maternas, a menudo cargando con mochilas del pasado y sus heridas. Con un uso de la cámara exhibicionista e intenso, al estilo de Martin Scorsese (lo que Buenos Muchachos es para la mafia, Juegos de Placer lo es para la industria del cine porno), Anderson creó personajes que atravesaban un infierno personal, pera finalmente alcanzar alguna forma de iluminación, encontrar una respuesta, o a esa otra persona que estaban buscando.




En esta segunda etapa, sus películas empezaron a dialogar con el espectador, en quien  Anderson busca como interlocutor. Ahora sus películas investigan por aproximación lo que podríamos llamar, un poco pomposamente, los misterios insondables del alma (la mente) humana. Esos mecanismos aparentemente irracionales que nos hacen sentir y actuar de la manera que lo hacemos.

Anderson explora apasionadamente, pero su exploración es principalmente intuitiva, lúdica, ya que la exploración meramente intelectual tiene sus límitaciones. Y cuenta con que el espectador sentirá la misma fascinación por esa búsqueda.



The Mastertranscurre en la década el ´50, cuando Freddie Quell (Joaquin Phoenix) regresa de la guerra e intenta incorporarse nuevamente a una vida normal. Pero Freddie, aun visiblemente dañado por, quizá, terribles experiencias en el campo de batalla, parece incapaz de mantener un trabajo y a pesar de su febril obsesión con el sexo, su comportamiento errático y autodestructivo le impiden relacionarse con las mujeres. El sufrimiento asordinado de Freddie (que Phoenix y Anderson transmiten de una manera casi puramente visual, sin lugares comunes ni subrayados innecesarios, pero que resulta autentico y escalofriante) no le permiten un acceso ni siquiera transitorio a la felicidad. Freddie parece gobernado por sus compulsiones. 


  
Entonces conoce a Lancaster Dodd (Phillip Seymour Hoffman), líder de una suerte de culto llamado La Causa. Hago un alto en este punto para hacer una aclaración, se ha referido muchas veces a este film como “la película sobre la cienciologia” (una controvertida religión que cuenta con varios adeptos notables en Hollywood, siendo Tom Cruise uno de los más famosos), aclaro de inmediato que, si bien Anderson pudo haberse inspirado en la obra de L. Ron Hubbard, no intenta aquí hacer una descripción, análisis o critica de la misma. Sus inquietudes tienen que ver con la posibilidad de lograr un nivel superior (¿mas espiritual?) de comprensión de los conflictos interiores del ser humano. 




Lancaster, si bien es un orador articulado, carismático y seductor, lleva adelante una verdadera búsqueda de respuestas, métodos y soluciones. Freddie se convierte en su paciente experimental y se forja entre ambos un vínculo que va mas allá del de doctor/paciente, una especie de interdependencia. Mary Sue, esposa de Lancaster, juega un rol importante en la iniciativa de su marido, y es en la relación entre ellos que vemos que él también tiene su propia guerra interior.




Anderson sigue demostrando una gran capacidad para conseguir actuaciones extraordinarias, y aunque este nuevo periodo lo trae mas árido e intelectual (que lo acerca un poco a la comparación con Stanley Kubrick), hay un factor que sigue siempre presente: la desesperación y el intento de terminar con ella, de encontrar respuestas, de resolver el rompecabezas.

Anderson, con su enorme talento, piensa ahora su cine como una investigación, y requiere de nosotros dos cosas: la curiosidad por la exploración y la no exigencia de pedirle todas las respuestas. Nos considera sinceramente espectadores inteligentes y preocupados, mientras nos entrega una gran obra cinematográfica.

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