Con su muerte nace el Guía Profundo, el Gran Espíritu, que en su ausencia instala una gigantesca copresencia. Algo en mí lo busca en lo insondable y, con eso, algo en mí se peralta, se enaltece inefablemente.
Hablo con él, con la representación de su recuerdo. Su imagen se independiza de mi intención y me señala las tareas, las misiones que en su momento me encomendara. Por lo pronto, la de comenzar a andar sobre mis propios pies.
Sé que ni una sola letra más saldrá de su pluma, pero reparo, casi sin querer, en todos los tesoros que dejó. Están allí, a la vista, generosamente expuestos para quien quiera servirse. A pesar de ser inagotables, son apenas pistas, indicios, direcciones, del largo camino a recorrer por nosotros y las generaciones futuras.
Espero que el sorprendente amor y la incontenible gratitud que experimento hoy hacia él me guíen, en mi día, nuevamente hacia su presencia luminosa.
Eduardo Montes
No hay comentarios:
Publicar un comentario