lunes, 3 de septiembre de 2012

EMILIO DUBOIS




La historia y mito de uno de los primeros asesinos en serie de Valparaíso, Emile Dubois, será llevada a la pantalla grande, en un guión que está preparando Patricio Manns, en base a su novela recién lanzada.
La singular personalidad de este francés, que llegó a Valparaíso con papeles colombianos, ha dado para una infinidad de libros, reportajes y tesis de prueba en diversas universidades. Una de las obras más importantes que se han escrito sobre su vida pertenece al periodista Abraham Hirmas, “Emile Dubois, un genio del crimen”, editada por Zig Zag en 1967. A ella se suma la novela de Manns, “La vida privada de Emile Dubois”.

“El criminal del siglo”, como fue calificado por Claudio Solar en una serie escrita en 1981, jamás confesó ninguno de los delitos que se le atribuían, especialmente los tres sangrientos homicidios. Se le califica como asesino en serie porque en ellos había varias constantes. Sus víctimas eran extranjeros o descendientes de éstos, comerciantes o profesionales y empleaba un “tonto” de goma y una daga, ensañándose en sus víctimas, destruyendo el lugar y robando especies de valor.
Tres asesinatos se le atribuyeron. Uno en Santiago y dos en Valparaíso, aparte de diversas tentativas de asesinatos y robos.


Los crimenes

El primer asesinato del que se le culpó fue cometido en Santiago el 7 de marzo de 1905, y su víctima fue Ernesto Lafontaine, contador general del molino San Pedro, en sus oficinas ubicadas en calle Huérfanos. Fuera del robo, todos los muebles fueron destrozados.
El 4 de septiembre del mismo año, ya en Valparaíso, es asesinado en la bóveda de su almacén de importaciones de calle Blanco, el comerciante de 65 años de edad, Reinaldo Tillmanns.
El 14 de octubre del mismo año, corre igual suerte un acaudalado y conocido comerciante alemán, de 55 años de edad, Gustavo Titius. Hubo robo, pero esta vez no se dio a la tarea de destrozar muebles.
El 4 de abril de 1906, en la puerta del domicilio del Pasaje Ludford de Valparaíso, agredió a puñaladas al comerciante francés Isidoro Challe, quien se recuperó más tarde de las heridas.
El 2 de junio de 1906, como a las 18.30 horas, se encontraba en su estudio el dentista norteamericano Charles Davies, ubicado en la plaza Aníbal Pinto, donde hasta hace algunos años estuvo la casa Jacob, cuando escuchó ruidos extraños en la puerta de calle, sorprendiendo a un individuo que trataba de ingresar. Increpado por Davies, el hombre negó tener malas intenciones, pero cuando conversaban, Dubois extrajo un garrote de goma y le asestó un golpe en la cabeza. Sin embargo, esto no abatió al corpulento dentista, quien comenzó a dar fuertes gritos de auxilio, lo que motivó la concurencia de varias personas, pero el atacante se dio a la fuga.
Escapó raudamente por la calle Melgarejo, perseguido por transeúntes y un guardián de facción en la plaza Aníbal Pinto, quienes gritaban “¡al pillo, al pillo!”. Frente al pasaje 6, fue tomado por el guardián. Sin embargo, logró zafarse y siguió su carrera hasta Errázuriz, donde finalmente fue capturado.


Alarma y preocupación

En el cuartel de policía dijo llamarse Emile Dubois Morales o Murralley, que era ingeniero de minas, incluso portaba tarjetas de visita como tal. En su huida había dejado caer una daga de acero que se ataba a la muñeca, un manojo de llaves ganzúas, el “tonto” de goma y una linterna.
El detenido tenía 38 años de edad y aseguró que había nacido en Francia, aunque arribó al país con que papeles que señalaban como lugar de nacimiento Bogotá, Colombia.
Los asesinatos, por cierto, causaron alarma y preocupación en la comunidad porteña.
Con grandes caracteres, El Mercurio de Valparaíso tituló el asesinato de Titius: “Nuevo crimen en el centro comercial. El señor Gustavo Titius asesinado en su oficina. Cómo se encontró el cadáver. Las primeras diligencias de la justicia. Quién era la víctima. Indignación pública por el suceso”.
En efecto, los dardos fueron directamente hacia la policía, a tal punto que algunas publicaciones incluían caricaturas ridiculizando a los jefes policiales. En tanto, más de dos mil personas presentaban solicitudes para cargar armas, a fin de defenderse del despiadado asesino.

Declaraciones a la prensa

Una hora antes del fusilamiento, Dubois formuló declaraciones a los periodistas, entre los que se encontraban dos representantes de “La Nación” de Buenos Aires.
Nuestro diario reprodujo, entre otros, el siguiente diálogo, que reflejaba la pasmosa tranquilidad de Dubois:
“Nos dirigimos entonces a hablar con Dubois. Al vernos, éste exclamó:
“Han llegado ustedes muy temprano, la ceremonia será a las 8″.
-Sí, Dubois, hemos venido cumpliendo con nuestro deber.
“Ah, ya lo sé, el deber de contar todo, es muy natural, hoy es lo más interesante”.
- Usted demuestra mucho valor, le dijimos.
“Ah, no; el valor lo demostraré más tarde, aún estoy en mi celda; cuando esté ante la boca de los rifles, entonces estaré valiente, aquí todavía no hay peligro, aquí estoy tranquilo. En mi vida he sentido el silbido de las balas muchas veces, hoy sentiré su efecto”.
- No queremos molestarlo más. Adiós Dubois, valor.
“Antes me decían ustedes, “hasta otro día”, hoy me dicen “adiós”, tienen mucha razón. Adiós, señor”.


Frente al pelotón de fusilamiento

La acuciosa investigación de la policía y del juez Santiago Santa Cruz, y la evidencia reunida, motivaron la pena capital para Dubois, luego de que por algún tiempo, luego del terremoto de agosto de 1906, la opinión pública se olvidara un tanto del caso.
El fusilamiento se llevó a cabo en las primeras horas del 26 de marzo de 1907, en la herrería de la cárcel de Valparaíso, en medio de la expectación del público, de los propios presos y de la prensa.
El Mercurio de Valparaíso dispuso toda su primera plana para un pormenorizado relato de las horas previas y posteriores a la acción del pelotón de fusileros, incluyendo una entrevista al francés.
Cuando enfrentó a los fusilero, se negó, con una presencia de ánimo a toda prueba, que le vendaran los ojos, y luego pronunció un tranquilo discurso a los presentes, terminando con la palabra, en tono de orden: ¡Ejecutad!
El día anterior se había casado en la cárcel con su conviviente Ursula Morales, que no escatimó esfuerzos para lograr el perdón o indulto de Dubois. En el mismo acto reconoció a su pequeño hijo. Sus restos fueron sepultados en algún lugar del cementerio de Playa Ancha. En el sitio en que la tradición dice que están sus restos, se ha iniciado, desde hace muchos años, una veneración por Dubois, y son innumerables la placas y testimonios de los favores concedidos por la “animita”.

El discurso

En los instantes previos a la ejecución, Dubois se mostró altivo, pero cortés y a veces sonriendo, causando sorpresa entre los presentes. De pronto, y como quien recuerda algo, mientras fumaba un puro, dijo:
“Público, tengo que hablaros de algo…”
Dijo que había sido condenado injustamente por el magistrado Santa Cruz y que su solicitud de indulto había sido denegada por el presidente Montt.
“Se necesitaba un hombre que respondiese de los crímenes que se cometieron, y ese hombre he sido yo. Muero pues inocente, no por haber cometido esos crímenes, sino porque esos crimenes se cometieron.
Luego sonó la descarga. Enseguida, el tiro de gracia.
Dubois había muerto y nacía el mito.

ALFREDO LARRETA
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