martes, 11 de septiembre de 2012

Los últimos años de Sarmiento




Por Felipe Pigna

Sarmiento, uno de los hombres más notables y polémicos de nuestra historia padece por igual a los que lo idolatran y lo llaman “padre del aula” y los que lo odian y prefieren recordarlo como “el asesino de gauchos”. Estos dos grupos irreconciliables tiene sin embargo algo en común, muchos de ellos no han leído, no digamos los 52 tomos de sus obras completas, sino ni tan siquiera el “Facundo”. Suelen manejarse con frases sacadas de contexto que pretenden justificar sus elogios o vituperios. Por suerte la historia es más compleja y puede mirar a Sarmiento como un hombre de su tiempo, muy contradictorio, con no ya frases, sino políticas públicas elogiables y repudiables. Fue el hombre que ordenó la muerte del Chacho y celebró su muerte, el que despreció a los habitantes originarios de América, el que padecía al gaucho del que decía que lo único que tenían de cristianos era su sangre. Y también fue uno de los hombres que más se preocupó por la educación popular en nuestro país, el hombre obsesionado por la modernización de las comunicaciones y los transportes, el que denunció los negociados de la llamada “Conquista del Desierto”.Todo eso fue Sarmiento, no una cosa o la otra. 
Desde el gobierno intentó concretar proyectos renovadores como la fundación de colonias de pequeños agricultores en Chivilcoy y Mercedes. La experiencia funcionó bien, pero cuando intentó extenderla se encontró con la cerrada oposición de los terratenientes porteños. “Quieren que el gobierno, quieren que nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su fortuna a los Anchorena, a los Unzué, a los Pereyra, a los Luros y a todos los millonarios que pasan su vida mirando como paren las vacas.” 


En un debate parlamentario un diputado enriquecido acusó a Sarmiento de ser pobre y que si se lo ponía patas para arriba no se le caería un sólo peso. Don Domingo le respondió: “Puede ser, pero a usted lo pongan como lo pongan nunca se le caerá una idea inteligente.” 

Fue un pionero en entender que una educación dirigida según las ideas y los valores de los sectores dominantes, lejos de poner en peligro sus intereses, los reproducía y confirmaba. De todas formas le costó muchísimo convencer a los poderosos de que les convenía la educación popular.
Dice Tulio Halperin Donghi: “Sarmiento veía en la educación popular un instrumento de conservación social, no porque ella pudiese disuadir al pobre de cualquier ambición de mejorar su lote, sino porque debía, por el contrario, ser capaz a la vez que de sugerirle esa ambición de indicarle los modos de satisfacerlas en el marco social existente. Pero esa función conservadora no podría cumplirla si esto último fuese en los hechos imposible. El ejemplo de Estados Unidos persuadió a Sarmiento de que la pobreza del pobre no tenía nada de necesario. Lo persuadió también de algo más: que la capacidad de distribuir bienestar a sectores cada vez más amplios no era tan sólo una consecuencia socialmente positiva del orden económico que surgía en los Estados Unidos, sino una condición necesaria para la viabilidad económica de ese orden.”


Gracias a su impulso, pudo sancionarse durante la presidencia de Roca la Ley 1420 que establecía la enseñanza primaria, gratuita, obligatoria, gradual y laica.
Pero entre Sarmiento y Roca aumentaron los roces y el “padre del aula” se alejó del “conquistador del desierto” y desde su banca del senado se convirtió en un duro crítico de la corrupción roquista. 
En 1885 Roca preparó un decreto, hecho a la medida de Sarmiento, que prohibía a los oficiales superiores de las fuerzas armadas realizar críticas públicas al gobierno. Al enterarse, el sanjuanino pidió su baja del Ejército y fundó al año siguiente el diario “El Censor” desde donde pudo despacharse a gusto. 
El 1° de abril de 1886, un diario roquista se preguntaba “¿Con qué derecho se hace figurar al ejército argentino en la condición de una fuerza pretoriana que no tiene otra misión ni otro objeto que el de avasallar las libertades públicas?”, Sarmiento le contestó: 
“El ejército no ha servido durante la administración de Roca sino para avasallar las libertades públicas (…) Ataliva Roca ( el hermano del presidente) es el proveedor de hace muchos años de los enormes ejércitos y de la armada, a más de las expediciones, guarniciones que se hacen en plena paz, lo que pone al tesoro en los conflictos que han llevado el oro a 155. Póngase una cruz negra en el mapa de la República, en cada uno de los puntos ocupados militarmente por un miembro de la familia Roca, ligados entre sí por los tentáculos viscosos de Ataliva, y saltará a la vista si el ejército tiene otra misión en este momento que la de asegurar el mando y la disipación de los caudales públicos a la familia Roca-Juárez.” 


Y en otro artículo denunciaba: “Es necesario llamar a cuentas al Presidente y a sus cómplices en estos fraudes inauditos. ¿En virtud de qué ley el General Roca, clandestinamente, sigue enajenando la tierra pública a razón de 400 nacionales la legua que vale 3.000? El Presidente Roca, haciendo caso omiso de la ley, cada tantos días remite por camadas a las oficinas del Crédito Público, órdenes directas, sin expedientes ni tramitaciones inútiles para que suscriba a los agraciados, que son siempre los mismos, centenares de leguas. Allí están los libros del Crédito Público que cantan y en alta voz para todo el quiera hacer la denuncia al fiscal. Al paso que vamos, dentro de poco no nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos veremos obligados a expropiar lo que necesitemos, por el doble de su valor a los Atalivas.” 
También en sus últimos años pudo señalar con claridad la debilidad del modelo agroexportador que él había ayudado a consolidar: “La industria mecánica y manufacturera está todavía en las primeras luchas. Esta es la razón tal vez por la que en este mercado de lanas no tenemos todavía una fábrica textil, siendo enorme el consumo de paños y teniendo, salvo la maquinaria, todos los elementos del ramo en el país. Van a Inglaterra millones de arrobas de lana recargadas con fletes enormes por la condición en que se exportan y esa materia prima, de vuelta de aquellas lejanas fábricas, las pagamos a precios tan subidos que aumentan considerablemente nuestra cuenta de importaciones en la balanza de comercio.” 
En 1888, a los 77 años, se mudó al Paraguay, a la tierra que se había llevado a su hijo Dominguito en la “Guerra de la Triple Infamia” como la llamó Alberdi. Desde Asunción le escribió a su amada, la joven Aurelia Vélez, la hija del autor del Código Civil, Dalmacio Vélez Sarsfiled: “Venga al Paraguay, venga que no sabe la Bella Durmiente lo que se pierde de su Príncipe Encantado. Venga y juntemos nuestros desencantos para ver sonreír la vida”. Aurelia viajó al Paraguay y lo acompañó durante esos meses, pero tuvo que viajar a Buenos Aires a principios de septiembre. Sarmiento no pudo esperar su regreso, murió el día 11 de septiembre de 1888. De acuerdo a su voluntad, su cuerpo fue cubierto con las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, y trasladado a Buenos Aires.

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