jueves, 28 de enero de 2010

José Martínez Suárez analiza NINE


Vengo de ver "Nine".
Trataron (infructuosamente) de asesinar con premeditación, alevosía y a mansalva a "Ocho y medio" , pero no lo lograron- Soy de los que saben que la película de Fellini es una obra indestructible.
Se salva Daniel Day-Lewis (que agota innecesariamente la producción mensual de Lucky Strike); y también -- posiblemente -- la fotografía.

La adaptación que se hizo del inolvidable, brillante y eternamente envidiable guión de Fellini, Flaiano, Pinelli y Rondi ( creo que no me olvido de ninguno) es una vergüenza. Un insulto. Un desastre. Una burla. Una astrakanada.
Uno de los adaptadores de esta versión (Anthony Minghella) falleció hace unos meses.
No sabía que la vergüenza también detenía corazones.
Puede deberse a que dejaron afuera secuencias originales exquisitas, tales como el harem, la terraza nocturna con el mentalista ("Asa-nisi-masa") , el baño de los niños en los toneles de vino de la alquería, el congestionamiento de tráfico en Porta-Pinciana... Y sobre todo, el final de los casi 200 intérpretes bakando la provisoria escalera de un decorado al aire libre para luego verlos bailando, tomados de la mano, en el atardecer sobre la pista del circo al tiempo que Güido -- que se une a la ronda ya formada -- le pide a la mujer, justificándose y rogando perdón; "La vida es una fiesta... Vivámosla juntos..."
La excelsa música que había imaginado el maestro de maestros Nino Rota en el '61, acá es suplantada por partituras musicales arbitrarias, afortunadamente olvidables, acompañadas de previsibles letras; ambas labores realizadas con una tenacidad y ferviente deseo de sobrepasar lo mediocre y anodino que asombra porque ¡lo consiguen!.
La balacera final de "Chicago" trasladada sobre Marshall y sus secuaces, sería poco castigo para todos los que intervinieron en esta demostración irresponsabilidad y falta de respeto.

Le ruego: no la vea sin antes refrescar la memoria con la versión en blanco y negro.
Sufrirá más pero le permitirá comprobar fehacientemente la diferencia entre un genio y un distraído aprendiz de prestidigitador al que se le descubren todos los trucos. Hasta los más simples.

MS/

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