miércoles, 6 de enero de 2010

SANDRO, por Sergio Marchi


Roberto Sánchez llegó a la última estación, pero Sandro continuará por siempre arrebatado de pasión, riendo como un diablillo que planea su próxima travesura, mirando con esos ojos de fuego y, sobre todo, cantando uno de los repertorios más extensos y conocidos de la historia de la música pop argentina.

El primer milagro: ser Sandro aunque el Registro Civil le impusiera el Roberto que figuró en su documento en el año 1945.

El segundo: lograr que Sandro cobrara vida, sin por ello tener que aniquilar al Roberto devoto de su madre y trabajador ayudante de su padre a la hora de poner el mango en la mesa. Para eso tuvo que disociarse y comenzar a c onstruir su propia leyenda de la nada y sin libreto, porque en aquellos años no existía lo que se llamaría un ídolo juvenil.

Tercer milagro: poder abrirse camino con una cosa tan rara como era el rock and roll a comienzos de los 60. Sandro sabía perfectamente quiénes eran Little Richard, Chuck Berry, Bill Haley y, sobre todo, Elvis Presley, que fue su figura señera, pero las compañías discográficas lo mandaron a cantar boleros. Sandro fue paciente y logró meter su música, que era una mera adaptación de las canciones sajonas, pero que también constituían el primer palote grueso en el dibujo de lo que, con el tiempo, llegaría a ser el rock nacional.



Cuarto milagro: darse cuenta de que debía cambiar y dejar la pilcha rockera para momentos especiales. Es ahí donde surge el Sandro que todos conocemos, El Gitano, el eterno amante: el hombre con los labios de rubí. El que agoniza por ti, en “Rosa Rosa”; el molino de tu amor, en “Trigal”; el que piensa que “Una muchacha y una guitarra” no le deben faltar; el que tiene un mundo de sensaciones que te quiere regalar. Sandro combinó virilidad con romanticismo y una pizca de misterio en una fórmula de largo alcance que lo hizo llegar donde soñaba: al Madison Square Garden, lugar de tantas veladas épicas relacionadas con el arte y el deporte; allí donde Elvis todavía galvanizaba multitudes con los movimientos de sus entonces caderas. En ese 1970 nace el “Sandro de América”, ese que protagonizará unas cuantas películas y cantará para todo un continente.

Sandro, junto con Palito Ortega y Leonardo Favio, conformó una trilogía inolvidable de la época de oro de la música juvenil argentina. Pero mientras Favio se dedicaba al cine y Palito se convertía en exitoso empresario y posteriormente en político, Sandro arribó a la edad madura con sus botas firmemente ancladas sobre el escenario. Su eléctrico despliegue físico fue dejando espacio para que emergieran recursos actorales y un repertorio más tradicional, con el que fue cambiando su personaje, para que Sandro no tuviera que padecer las limitaciones físicas que la edad le iba imponiendo a Roberto Sánchez. Ambos hicieron un pacto más o menos en 1992: Roberto vive su vida tranquilo y en privado, tras los muros de su casa en Banfield, mientras Sandro encarna las fantasías femeninas sobre el escenario. Cuentas separadas, por favor.

El tiempo también le reconoció su espíritu pionero y rockero. Pedro Aznar y Charly García encabezaron ese reconocimiento invitándolo a cantar en su disco Tango 4, y posteriormente todo el ambiente del rock le extendió el certificado de pertenencia con el Tributo a Sandro, en el que figuraron desde Divididos a Los Fabulosos Cadillacs. Desafortunadamente, el cuerpo de Sánchez le fue extendiendo la factura también a Sandro; primero fue la panza, de la cual se reía en el escenario, pero después los pulmones se le pusieron bravos y le hicieron un piquete en demanda de oxígeno. Sandro fue llevando su enfisema con hidalguía, y hasta una dosis de humor, poniéndose en la dramática cola del trasplante, que llegó cuando quizá ya era demasiado tarde.

Sandro fue un afanoso artesano de sí mismo. A su picardía de atorrante y a su garganta apasionada, las fue envolviendo con un misterio singular, creando así un personaje único, aceptado y querido por las multitudes. Se cansó de llenar teatros, vendió discos por tonelada y su fama no conoció límites.Para las mujeres fue un amante secreto; para los hombres, el más atorrante de la barra.Para la música, un ídolo popular cuya estatura legendaria sólo reconoce como superior la inmortal estampa de Carlos Gardel.

Para despedirlo, tarea ardua y difícil, sólo cabe cumplir con su deseo cantado: “No quiero que me lloren/ cuando me vaya a la eternidad/ quiero que me recuerden como a la misma felicidad”.

Desde ahora, su espíritu está en el aire, entre las piedras y en el palmar.
Sandro de América, por siempre cantando.

4 comentarios:

Raul dijo...

Energía, pasión, alegría, Sandro brindaba esas cosas. Mis respetos y admiración a el!

Anónimo dijo...

Sin duda la mejor muestra de cariño la dio la gente que siguio su feretro camino a su ultima morada increible 50000 personas en su funeral, 100000 personas en la procesion, otra 30000 en el cementerio increible lo que la gente lo queria.

Unknown dijo...

http://hastasiemprequeridosandro.blogspot.com
Se fue un gran luchador que dio batalla hasta el final, siempre con optimismo, fé en dios, con alegria, que buena persona fuiste querido ROBERTO,
partio nuestro querido y amado idolo.
se encuentra en el cielo adonde van los grandes, las buenas personas!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

A dos dias del 19 de Agosto, fecha en que tu nuestro amdao Sandro celebrabas tu cumpleanos, quiero enviarte un saludo al cielo, toda mi energia y todo mi amor en recompenza por tus lindas canciones, por tu vida de esntrega a nosotros tu publico. Gracias mi gran cantante , gracias mi amor platonico desde mi adolesencia y gracias por segur siendo mi amor hoy cuando ya soy abuela. Dios te siga bendiciendo junto con tus seres amados. Yaneth