Bueno, una noche comun y corriente en el tren. Demasiados pasajeros, todos amontaonados, en silencio, mirando la nada. Hay una mujer al lado mío, tiene un I-Pod y se la pasa cantando en voz alta unas horribles canciones latinas. No desentona, al menos. Miro alrededor. Todas las personas la miran con indignación, con burla, incluso hacen comentarios sarcásticos. Pero la mujer en cuestión es ajena a todo esto. Sigue cantando, nada la interrumpe. De repente, nuestras miradas se cruzan. Me siento un poco incómodo, porque me mira con indisimulada insistencia. Advierto que no está tan mal, después de todo. Pero no, no voy a hablarle. Seguro que después me arrepentiré. Sigo mirando alrededor; el resto de los pasajeros siguen mirándola con desdén, burlonamente. Me da miedo ser como ellos, tan prejuicioso, tan intolerante. Me da miedo no poder ser como esta mujer, que hace lo que tiene ganas de hacer y lo disfruta. Al fin y al cabo, no está molestando a nadie. Desciendo en Banfield.
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