Diego Miraski siempre ha tenido una obsesiva pasión por la organización, sobre todo en lo que respecta a sus experiencias y pensamientos. Esa manía de clasificar, ordenar, poner todo en perspectiva y después volver a acomodarlo. En fin, una tarea que demanda muchas horas y demasiadas insatisfacciones.
En las últimas semanas, sin ir más lejos, no pudo dormir. Siempre se consideró a sí mismo un escritor, siempre estuvo consciente que publicaría unas cuantas novelas y sacudiría el alma de sus contemporáneos. Pero claro, entre tantas idas y vueltas comprobó que no estaba escribiendo nada. Hizo un repaso de los últimos diez meses y el resultado fue nefasto: "no hice nada, nada de nada, ¿dónde está el tiempo perdido? ¿Qué hice en todos estos meses?".
Perspectiva, reorganización. Repasar las semanas, las horas.
Retrocedió un año, después dos. Siguió retrocediendo en su mente. Llegó al preciso instante en el que tenía 20 años. Después avánzó a los 25. Y después a los 30. Los resultados del análisis fueron catastróficos.
A ver, vayamos por partes. Diego Miraski pudo dividir su vida literaria en dos etapas.
Cuando tenía 20 años, vivía creativamente sin saberlo, sin proponérselo. Escribía todos los días. Claro que era muy desprolijo y nunca podía terminar nada. Empezaba un cuento y lo dejaba por la mitad, después emprendía una novela y la dejaba por la mitad. No se preocupaba por los resultados porque sabía que era joven y tenía toda la vida por delante para convertirse en un verdadero escritor.
Después, a los 25 años, empezó a preocuparse. Sintió el paso del tiempo, se dio cuenta que no tenía nada entre manos. Temió lo peor, temió convertirse en un artista que no llega a ningun lado. Y ahi empezó otra etapa, que podríamos llamar la etapa de la especulación. Se propuso sentarse a escribir sólo cuando tuviera bien en claro sus ideas, sin malgastar energías innecesariamente en proyectos que no prosperaban.
Bueno, la cuestión es que escribió muy poco y cada vez que lo hacía se anteponía el deseo de triunfo. Y no hace falta detallar los resultados. Se volvió un poco cínico y descreído. Y lo peor de todo, dejó de vivir creativamente. Dejó de andar de acá para allá imaginando historias y personajes, solamente pensaba en qué tenía que escribir para triunfar y trascender.
Diego Miraski necesitaba un balance, algo tan simple como decir: "bueno, voy a escribir todo lo que tenga ganas de escribir pero siempre con la noción de no malgastar energía sino de llegar a algun lugar concreto..." Pero ya era tarde.
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