Para comprender el pensamiento "religioso" de Kazantzakis, hay que distinguir varios niveles: el de la religión, el de la Iglesia y el de la religiosidad.
La religiosidad es el núcleo, la religión la cáscara, la religiosidad es lo vivido, la religión es la expresión. En cuando a la Iglesia, es la institución. Kazantzakis se colocaba en la esfera de la religiosidad.
Es verdad que desde su edad juvenil, fue atraído por la tradición: íconos, vidas de santos (sinaxarios), misas y cantos litúrgicos. Se inspiró en todo ello en su obra y de ello habla largamente en sus escritos, en su correspondencia, en sus tragedias. Pero a menudo hace mención del comportamiento poco religioso de los monjes, sacerdotes y obispos, ya que con frecuencia no encontró en muchos de ellos la espiritualidad, el verdadero cristianismo y la verdadera fe que buscaba.
Kazantzakis escribe: "Un sólo deseo me embarga: el de descubrir lo que se oculta tras lo visible, de horadar el misterio que me da la vida y me la quita, y de saber si una presencia invisible e inmutable se oculta más allá del flujo incesante del mundo".
Kazantzakis estudió las religiones y las filosofías. Pero más que ninguna otra persona, lo fascinó Cristo. Varias obras suyas se inspiraron en el Evangelio.
La religiosidad es el núcleo, la religión la cáscara, la religiosidad es lo vivido, la religión es la expresión. En cuando a la Iglesia, es la institución. Kazantzakis se colocaba en la esfera de la religiosidad.
Es verdad que desde su edad juvenil, fue atraído por la tradición: íconos, vidas de santos (sinaxarios), misas y cantos litúrgicos. Se inspiró en todo ello en su obra y de ello habla largamente en sus escritos, en su correspondencia, en sus tragedias. Pero a menudo hace mención del comportamiento poco religioso de los monjes, sacerdotes y obispos, ya que con frecuencia no encontró en muchos de ellos la espiritualidad, el verdadero cristianismo y la verdadera fe que buscaba.
Kazantzakis escribe: "Un sólo deseo me embarga: el de descubrir lo que se oculta tras lo visible, de horadar el misterio que me da la vida y me la quita, y de saber si una presencia invisible e inmutable se oculta más allá del flujo incesante del mundo".
Kazantzakis estudió las religiones y las filosofías. Pero más que ninguna otra persona, lo fascinó Cristo. Varias obras suyas se inspiraron en el Evangelio.
Kazantzakis precisa la importancia que Cristo revistió en su vida espiritual: "Desde mis años de niño, Cristo me obsesionó. Esa unión tan misteriosa y tan real del hombre y de Dios, esa nostalgia, tan humana y tan sobrehumana, de una reconciliación de Dios y del hombre al más alto nivel a que un ser pueda aspirar... En mi epopeya, la "Odisea", consagro a Cristo una rapsodia. Pero eso no me liberó. Más tarde, volví a la carga. Escribí "Cristo de nuevo crucificado" y enseguida "La última tentación". Pero a pesar de estas tentativas, el tema sigue siendo inagotable para mí, pues el misterio del combate del hombre y de Dios, de la carne y del espíritu, de la muerte y de la inmortalidad, es inagotable".
En el prefacio de "La última tentación", Kazantzakis escribió a propósito de Cristo: "Es necesario que podamos seguir a fondo, conocer su combate, que vivamos su agonía; que sepamos cómo desbarató las trampas floridas de la vida; cómo sacrificó las grandes y pequeñas alegrías del hombre; cómo subió, de sacrificio en sacrificio, de proeza en proeza, hasta la cima de la prueba, hasta la Cruz. Nunca seguí con tal intensidad, con tal comprensión y amor la vida y la Pasión de Cristo, como a lo largo de esos días y esas noches cuando escribía La última tentación. Al escribir esta confesión de la angustia y de la gran esperanza del hombre, estaba yo tan conmovido que mis ojos se llenaban de lágrimas; no había sentido nunca la sangre de Cristo, con tanta dulzura y tanto dolor, caer gota a gota a mi corazón".
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