viernes, 10 de abril de 2009

UN CLASICO DE SEMANA SANTA


La historia de Judah Ben-Hur, el judío que trató de liberar a su pueblo del yugo romano, es una de las más maravillosas que el cine nos ha contado.
En 1959 William Wyler dirigió esta película, que convirtió a su protagonista, Charlton Heston, en un icono del cine. Es cierto que tres años antes, la obra maestra de Cecil B. De Mille (Los 10 Mandamientos) ya había contribuido a hacer de Heston una estrella absoluta, con ese Moisés capaz de abrir el paso entre las aguas del Nilo. Pero Ben-Hur le llevó directamente al Olimpo, sobre todo con esa escena espectacular de la carrera de cuádrigas.



Y es que era una época de grandes superproducciones. La historia de Ben-Hur ya había sido llevada al cine en 1925, en una ya por entonces producción megalómana dirigida por Fred Niblo, y con Ramón Novaro como el mítico judío.
Pero el Ben-Hur de Wyler y Heston llevó al cine a la década de los 60 instaurado en un nuevo status, el de la grandeza, el de las películas larguísimas y de gigantescas pretensiones, grandes superproducciones protagonizadas por estrellas carismáticas, y cuyos pósters promocionales no estaban formados más que por una enormes letras cuadradas que conformaban el título del film.
Y además la historia de Ben-Hur inculcaba valores. No se trataba únicamente de gastar enorme cantidades de dólares esperando ingresar mucho más.
Una historia trágica, conmovedora, contada por William Wyler a lo largo de 212 minutos, que se ven sin pestañear, gracias sobre todo al increíble trabajo de Charlton Heston, que se apodera completamente de la película y resulta tremendamente convincente tanto sufriendo por los suyos (cuando da por hecho que su madre y hermana morirán lentamente víctimas de la lepra) como en las escenas más físicas, rermando y subido a una cuadriga.
“Ben-Hur” es mucho más que una película de Semana Santa, al igual que “Qué Bello Es Vivir” es mucho más que una película navideña. Ben-Hur es una obra maestra, divertida, entretenida, larga, sí, pero impactante, poderosa, que además enseña valores básicos para un buen ser humano, para una buena persona, independientemente de las creencias o de la religión que profese cada uno.
(GREGORIO BELINCHON)

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