viernes, 19 de febrero de 2010

ACERCA DE UNA MUERTECITA, por Luis Alposta


Era de Parque Chas y era vueltero.

De chico nunca tuvo juguetes. Su padre le decía que podían llegar a distorsionarle los valores. En el bachillerato, en primer año, por pensar como actuaba lo dejaron libre. A partir de entonces se consideró un librepensador y se dedicó a escribir. Quería escribir un cuento breve; tan breve que le permitiese prescindir hasta de las palabras. Se quedó en la intención y lo logró.

Llegó a ser un auténtico filósofo. Uno de esos filósofos acerca de los cuales uno pone en duda de que en realidad lo sea porque vive a la vuelta de nuestra casa. Su frase predilecta era: “Pienso, luego desisto”.

Nunca trabajó y cuando llegó a la edad en la que hubiera podido jubilarse, comenzó a desempeñarse como estibador y terminó hecho bolsa.

Fue alguien que prefirió siempre el anonimato y se murió pidiendo que no lo deschavaran.

Aunque no fue precisamente un dador de sangre; aunque en toda su vida no hizo otra cosa más que acumular señas particulares; aunque tenía un cerebro pequeño y toneladas de actitudes, están los que dicen que iluminaba un lugar con sólo dejarlo.

Fue genio y figura hasta el crematorio.

Sus cenizas fueron esparcidas con la misma natural indiferencia con la que se sopla una afeitadora. Sin llantos ni oraciones.

Q. E. P. D.

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