En general, la gente suele ser reacia a enfrentarse a misterios que no pueden ser explicados de manera satisfactoria o que no encuentran una justificación teórica en términos que le resulten comprensibles. Resulta mucho más reconfortante sentirse capaces de reconocer lo que tenemos frente a nosotros, dentro del radio del mundo físico, que enfrentar una amenaza desconocida.
Si el fenómeno no puede ser explicado, la mejor respuesta es ignorarlo, lo cual es una actitud mucho más tranquilizadora y, en cierto modo, más inocente también.
Sin embargo, la época de la inocencia científica ya pasó, lo mismo que la sensación de seguridad que nos proporcionaba. Se acabaron definitivamente el 16 de julio de 1945, en Nuevo México, cuando la teoría atómica demostró en forma concluyente que ya no era una teoría.
Vivimos en un mundo en que las líneas de la ciencia y la paraciencia empiezan a converger.
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