Pensemos en las películas para adolescentes de los ochenta, esas que veíamos cuando teníamos doce o trece años. La mayoría estaban protagonizadas por jóvenes tímidos, muy inseguros, que reciben las burlas y los golpes de los chicos populares, esos matones que solían ser campeones del equipo de fútbol y hacían suspirar a las más lindas.
En estas películas, los héroes tienen acné, se tropiezan a cada rato, son maltratados por los profesores y las chicas les dan vuelta la cara.
¿Por qué son héroes? Bueno, supongo que generan simpatía en el espectador, cierta identificación. Además, estas películas fueron hechas con el fin de dejar bien parados a los perdedores demostrando que la nobleza siempre está del lado de estos pobres sujetos.
Por un lado, hacen bien en demostrar que la adolescencia es una etapa horrible (más allá de las idealizaciones de la publicidad). Por otro lado, quieren hacernos creer que esos perdedores (con los que nos identificamos) terminan triunfando. Porque al final de estas películas, todos los profesores y deportistas tienen que retractarse. Y las chicas que antes ejercitaban el rechazo, ahora caen rendidas de amor. Fin, títulos de crédito.
Hemos crecido con estas películas. Después nos enfrentamos con la realidad y comprobamos que la vida no se parece a las películas de los ochenta. Los profesores y los deportistas gozan de impunidad, y las chicas más lindas siguen siendo inalcanzables.
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