domingo, 14 de noviembre de 2010

ENTREVISTA A ELSA OESTERHELD


Elsa Sánchez de Oesterheld soportó una tragedia terrible, muy difícil de imaginar para cualquiera. La última dictadura militar mató a su marido, sus cuatro hijas, sus dos yernos y robó la identidad de dos de sus nietos que todavía busca desde su militancia en Abuelas. Sin embargo, esta mujer de 82 años muestra una entereza y una vitalidad asombrosas. Recibió a Clarín.com en su departamento para hablar de Héctor y de la historia de su familia, porque lo siente como un deber, como la necesidad de contar lo que sabe para construir la memoria de nuestro tiempo.

—¿Cómo era Héctor?
—Era un tipo realmente muy culto. Sabía de todo. Hablaba alemán, inglés, francés... ¡Era un científico! Además era un filósofo, un loco por todo lo que fuera literatura antigua, los clásicos griegos eran su debilidad. Su pasión era leer. Yo me enojé mucho cuando él se metió a hacer historieta, porque era... la pavada, la cosa tonta y nada más. Había mucho prejuicio en realidad. "¿Vas a hacer historietas? ¡Yo me divorcio!", dije.

—¿Cómo lo conoció?
—Nos presentaron, y yo lo conocí como Sócrates, me lo presentaron: "Señor Sócrates". Yo me quedé con la duda: no sabía si era el apellido, el seudónimo, el nombre o qué diablos era. Y estuve cómo dos meses sin saber, Sócrates de acá, Sócrates de allá... El era un sabio de la literatura griega, y por eso los compañeros le pusieron Sócrates. Otros le decían el Alemán, porque él hablaba alemán y tenía familia alemana y ese apellido. Esos eran sus apodos de cuando eran chiquilines. La familia le decía Tito.

—¿Políticamente qué ideas tenía?
—Era un tipo de ideas libertadoras. No era anarquista ni comunista, hablar del comunismo era "uy, Dios mío, qué horror", no lo compartía para nada. Siempre decía que "los extremos se unen". Era un librepensador, toda la obra de él es una definición de los derechos del hombre. Y su carácter era el de una persona siempre igual: yo jamás lo vi estallar de rabia, tener una explosión. No tomaba café, no fumaba... Ahora me enteré de que en el último tiempo fumaba una pipa. Para mí fue una gran novedad, ¡no me lo puedo imaginar, él que nunca se ponía un cigarrillo en la boca! Siempre decía "hay que ser tonto para fumar". Las chicas fumaban, las dos mayores, y él les decía "no fumen"...



—¿Y cómo recuerda el vuelco de él a la militancia?
—La primera vez que vi a mi marido ir a una marcha, fue a lo de Ezeiza (cuando Perón regresó a la Argentina, el 20 de junio de 1973). Él ya empezaba a volcarse a todo eso, al lado de las chicas. Y yo me enojé mucho con él, le dije: "vos, a esta altura de la vida, no darte cuenta de lo que está pasando...". A mí eso me horrorizó, porque estaba la vida de mis hijas. No podía soportar que Héctor admitiera esa situación. Y ahí fue la catástrofe nuestra. Y fue catástrofe, eh. Fue catástrofe. Pero yo quedé para aguantarla. Y nunca lo voy a perdonar, nunca.

—¿Está enojada con Héctor?
—Con la dirigencia de aquella época...

—¿Con él no?
—Y con Héctor... Él tenía que darse cuenta. Era la vida de sus hijas. Por eso yo le dije "vos tomá la decisión que quieras, pero salvá a las chicas". Yo no tenía con qué, no tenía un peso, no tenía nada. Héctor estaba enterrado en deudas. ¿Qué hacía yo, a los 50 años? No era un chiste, eh. Pero bueno, ya está... Odio no tengo. Me costó mucho sacármelo de encima. Pero puedo decir que no odio.


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