martes, 23 de noviembre de 2010

ORTEGA Y LOS ARGENTINOS


Textos escritos por José Ortega y Gasset en 1929:

El argentino actual es un hombre a la defensiva. Si intentamos hablar con él de ciencia, de política, de la vida en general, notamos que resbala sobre el tema. Como dirían los psiquiatras alemanes: habla por delante de las cosas. Es natural que sea así, porque su energía no está puesta sobre el asunto, sino ocupada en defender su propia persona. Pero... ¿defenderla de qué, si no la atacamos?
Su actitud, traducida en palabras, significaría aproximadamente esto: Aquí lo importante no es eso, sino de que se haga usted bien cargo de que yo soy nada menos que el redactor jefe del importante periódico X! O bien: Fíjese usted que yo soy profesor de la Facultad Z!
En vez de estar viviendo activamente eso mismo que pretende ser, en vez de estar sumido en su oficio o destino, se coloca fuera de él y, cicerone de sí mismo, nos muestra su posición social como se muestra un monumento
De este modo, su persona queda escindida en dos: su persona auténtica y su figura social o papel. Entre ambas no hay comunicación efectiva. Ya esto bastaría para explicarnos por qué nos es difícil comunicarnos con este hombre: él mismo no comunica consigo.
El argentino es un hombre admirablemente dotado, que no se entrega a nada.
¿Es el argentino un buen amador? ¿Tiene vocación de amar? ¿Sabe enajenarse? Más que amar, él se complace en verse amado, buscando así en el suceso erótico una ocasión para entusiasmarse consigo mismo.
El argentino vive atento, no a lo que efectivametne constituye su vida, no a lo que de hecho es su persona, sino a una figura ideal que de sí mismo posee.
El argentino se gusta a sí mismo, le gusta la imagen que de sí mismo tiene.
Por ejemplo, un joven argentino (casi, casi todo joven argentino) se ve a sí mismo como un posible gran escritor. Él no lo es aún, pero su persona imaginaria lo es desde luego y lo que ve de sí mismo no es su realidad, aún insuficiente, sino esta proyección de lo perfecto. Como es natural, está encantado con ese sí mismo que se ha encontrado, y ya no se preocupará en serio para hacer efectiva su posibilidad.
No atenderá radicalmente a cuanto le vaya pasando en su existencia, ni siquiera a lo que escriba, porque como nada de ello ni aun su producción es aún lo propio de un gran escrior, y él sabe que lo es, no lo considera como su verdadera vida, sino como un mero acontecimiento externo que no merece formal atención. Sólo se hará solidario de lo único que está en su poder: el gesto y, en efecto, desde luego y sin descanso adoptará el gesto que a su juicio corresponde a un gran escritor. De aquí que con tanta frecuencia los escritores argentinos comiencen siendo grandes escritores.
El argentino típico no tiene más vocación que le de ser ya el que imagina ser. Vive, pues, entregado, pero no a una realidad, sino a una imagen.

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