sábado, 27 de julio de 2013

FERRARI: LA ESPIRITUALIDAD DEL ARTISTA



Por Laura Malosetti Costa

León Ferrari ha sido un gran humanista. Su arte, a lo largo de muchos años ha desplegado – con humor incisivo y una increíble riqueza de recursos plásticos – su tozuda, empecinada cruzada por la libertad, contra todas las formas de la tortura en este mundo y en el del más allá. A cada niño que nacía en su familia y en las familias de sus amigos, León regalaba la declaración universal de los derechos humanos dentro de una mamadera. La belleza de sus formas potenció el alcance de las ideas. Fue un artista conceptual con hallazgos poéticos realmente agudos en sus collages y assamblages, pero también un creador de poéticas que integraron el dibujo en el espacio, sonidos y colores en esculturas intensamente bellas y lúdicas.

Ya en 1965, La civilización occidental y cristiana fue una obra problemática, de hecho no se exhibió en el Instituto Di Tella, y estuvo muchos años guardada. Frente a ella puede pensarse el bombardeo de Vietnam como una nueva crucifixión, un pueblo crucificado por la guerra, tanto como una acusación a la civilización occidental y cristiana por la destrucción y el horror. Su obra no es lineal, y por eso invita a la reflexión y la polémica.

León discutió ética y teológicamente con el catolicismo. Me atrevería a decir que es la reflexión de un hombre profundamente espiritual, que aborrecía los dictámenes feroces de la institución eclesiástica.

Y por eso tuvo una oposición tan fuerte de la Iglesia Católica.

La asunción de Jorge Bergoglio como Sumo Pontífice debe haber sido para él una sorpresa irónica. El hecho de que quien se había instituido como su principal opositor y enemigo hubiera llegado a Papa, aparece como una suerte de culminación de su obra de arte. A lo largo de décadas sucesivos Papas recibieron de León Ferrari regularmente cartas con sus reclamos (con argumentos teológicos de peso) pidiendo la abolición del infierno, ese lugar de torturas eternas con que la iglesia amenaza a los pecadores desde hace siglos.
La oposición de Bergoglio cuando realizó su retrospectiva en Recoleta en 2004 hizo que su arte saltara a la tapa de los diarios, cosa que al arte contemporáneo le sucede pocas veces. El juicio, el cierre de la muestra, el increíblemente erudito dictamen del juez, hizo que mucha gente que no lo conocía se interesara por su obra. Él estaba eufórico porque había logrado su objetivo: que todo el mundo reflexionara a partir de su creación. El artista, radiante de ironía, agradecía al cardenal Bergoglio su extraordinaria contribución a la promoción y difusión de sus obras.

Me atrevo a afirmar que Antonio Berni y él fueron los dos artistas argentinos más grandes del siglo XX. Si bien León logró una trascendencia mucho mayor desde aquella retrospectiva de 2004, su obra ya había adquirido fama mundial mucho antes. Desde sus años de exilio en Brasil en la década de l970, ya tenía amplio reconocimiento. Además de artista conceptual, fue un delicadísimo constructor de geometrías, con una reflexión espacial-estética de una gran lucidez como se percibe en su obra Percanta II que está en la Universidad Nacional de San Martín.

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