Encuentro de dos titanes: Emir Kusturica y Diego Maradona.
Tres largos años de filmación y compaginación permitieron a Kusturica seguir a Maradona a todos lados e intentar responder dos inquietantes preguntas: ¿quién es realmente Maradona? ¿Qué hay detrás del mito?
A Kusturica no le interesa el factor deportivo, prefiere convencerse y convencernos que Maradona es un ícono revolucionario, el símbolo de la lucha de los países oprimidos contra las grandes potencias mundiales. El único lugar donde podemos vencerlos es en la cancha de fútbol, y en ese sentido, Maradona es el revolucionario que ha logrado humillar al Primer Mundo. La premisa tiene cierto interés, pero Kusturica se abusa de esta idea (la recreación del segundo gol a los ingleses en México 86, reemplazando a los jugadores con Tony Blair, Tatcher, Reagan y Bush). Por momentos logra convencernos, pero al final todo resulta un poco forzado.
A todo esto, se suma la participación de Maradona en las marchas "Fuera Bush", junto con Chávez y Morales, donde Kusturica logra captar el momento sin sobrecargarlo demasiado.
También son acertadas las constantes comparaciones que realiza Kusturica mostrándonos a Maradona como un Sex Pistol, un rock star punk desenfrenado. Y las intervenciones de la Iglesia Maradona, que le brindan un costado freak a la película.
Maradona (como buen escorpiano) sólo quiere mostrar lo que él quiere, y es muy hábil para ocultar todo lo demás. Conoceremos muy poco sobre la intimidad del ídolo, más allá de algunos videos familiares de archivo.
Hay buenos recorridos por locaciones claves (Villa Fiorito, Napoles, Serbia) y se establece una sincera amistad y correspondencia afectiva entre Diego y Emir, como si se conocieran de toda la vida.
Más allá de todo eso (y de algunas escenas forzadas, como la participación de Manu Chao), es un buen documental sobre un cineasta que todo el tiempo alude a su propia obra y su propio pensamiento para intentar acercarse al mejor jugador de todos los tiempos.
Resultado aceptable.
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