domingo, 20 de septiembre de 2009

BASTARDOS SIN GLORIA - Primera parte


MAS ODIO QUE CORAZON, por Javier Porta Fouz
Tarantino hace historia. Y ese "hace" es casi en sentido literal: toma la la 2º Guerra Mundial y la reescribe con empuje, ganas y deseo, con gesto omnipotente, como si estuviera destruyendo el pasado y creando uno nuevo con la fuerza de un dios. "Bastardos sin gloria" es el séptimo largometraje de Tarantino y es el primreo en estar basado en un hecho histórico.
La lucha contra los villanos más villanos janás creados, los nazis, no es reescrita como suele hacerlo cualquier ficción basada en un hecho real, sino que es violentada, torcida, ajustada los deseos más pasionales del director, que propone dulces, justas, brutales y pirotécnicas venganzas.
"Bastardos sin gloria" es una fantasía de guerra, no una simple película de guerra.



Desde que a los seis o siete años vi por televisión la miniseria "Holocausto" (1978) y quedé varias noches sin dormir, he querido ver una película así de violenta, así de vengativa, así de divertida, así de fantástica, así de reparadora, saí de curativa, "contra" los nazis.
"Bastardos sin gloria", con un par de planos, se burla con eficacia de "La caída", de Oliver Hirschbiegel, mientras acelera, hace cine, y barre toda la hojarasca de relatos de mala conciencia "sobre" los nazis como "Los falsificadores", "El noveno día" y aledaños, tan de moda en estas últimas temporadas.
Ese cine alemán o austríaco de "revisión del pasado" peca de solemne, de estúpido, de pequeñez. No es abyecto, es apenas abyectito: "Los falsificadores" y su suspenso lleno de canallad con la secuencia del remedio para el prisionero enferno; "El noveno día" y sus imágenes fashion, granuladas y de color pastel sucio de los campos de concentración.
Pero no nos ocupemos de esas películas, estamos frente a "Bastardos sin gloria", una película de un brillo semejante al de "Ser o no ser" de Lubitsch, con la que también comparte la inteligencia del odio, que puede ser pariente de la inteligencia del humor.


Tarantino y sus bastardos no quieren entender a los nazis. Quieren odiarlos, quieren matarlos, quieren que sufran. El odio es el motor de Soshanna Dreyfus, de Aldo Raine y de la película en general, una máquina que se pone en funcionamiento -como casi siempre en Tarantino- a base de palabras, de conversaciones.
Como "Perros de la calle", como "Pulp Fiction", como "Jackie Brown", como "Death Proof", ésta es otra película de Tarantino hecha a partir de y sobre el lenguaje.
Los personajes hablan, y hablan del lenguaje. Para Tarantino las palbras, las entonaciones, las traducciones -también las de los gestos- son importantes.

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