El dramaturgo y guionista Peter Morgan entró en contacto con el mundo de David Frost y de Richard Nixon en 1992. Vio un programa biográfico del presentador y le fascinó lo que David Frost había sido capaz de conseguir del famoso y astuto personaje en las famosas “David Frost entrevista a Richard Nixon”, emitidas en 1977. Tal como le dijo el guionista al periodista Richard Brooks en una entrevista publicada en el Sunday Times en julio de 2006 “me sentí empujado por la imagen de esos dos hombres.
El glamuroso Frost, a 15.000 metros en el aire, yendo de un lado a otro del Atlántico en el Concorde. Y Nixon, encerrado en una cueva y para quien la vida no era nada fácil”.
El dramaturgo y guionista empezó a estudiar a Richard Nixon y a su mayor, y quizá más inesperado antagonista, David Frost. El presentador, auténtico playboy de la televisión británica, apostó su credibilidad y su carrera a cambio de la oportunidad de obtener una confesión durante las entrevistas. El contraste de la vida de ambos intrigó a Peter Morgan, que estaba convencido de que la historia podía convertirse en una obra de teatro, siempre y cuando las entrevistas se presentaran como “una pelea entre gladiadores, con las palabras y las ideas como únicas armas”.
Peter Morgan empezó a documentarse: “Me di cuenta de que ambos campos se preparaban como lo hacen dos jugadores de ajedrez o dos boxeadores, había mucha estrategia. Pensé que sería posible redactar las escenas de las entrevistas con las palabras que usaron y darles un giro para obtener las subidas y bajadas de un auténtico enfrentamiento”. Al estudiar a los dos personajes, descubrió algo que le sería muy útil a la hora de escribir la obra: eran totalmente opuestos en cosas básicas. Explica: “Si se separa al Nixon ser humano del Nixon político, es imposible no sentir compasión por alguien para quien la vida en sí era difícil, la comunicación, la amistad... Al otro lado tenemos a David Frost, alguien para quien comunicar era innato, como lo era hacer amigos y caer bien. Nixon era todo lo contrario; no se fiaba de nadie, se sentía herido, es probable que no tuviera muchos amigos íntimos, no era feliz en su matrimonio, estaba solo”.
El dramaturgo también cree que el presentador, conocido por su ironía, humor y capacidad de adulación, era más capaz de lo que dejaba entrever: “Frost era muy inseguro intelectualmente”, dice. “No le tomaban en serio”. Y refiriéndose al entrevistado, subraya: “Hay algo que no puede decirse de Nixon, y es que fuera un estúpido. Tenía un gran intelecto”. Peter Morgan, con los ingredientes en la mano, empezó a entusiasmarse.
El dramaturgo también cree que el presentador, conocido por su ironía, humor y capacidad de adulación, era más capaz de lo que dejaba entrever: “Frost era muy inseguro intelectualmente”, dice. “No le tomaban en serio”. Y refiriéndose al entrevistado, subraya: “Hay algo que no puede decirse de Nixon, y es que fuera un estúpido. Tenía un gran intelecto”. Peter Morgan, con los ingredientes en la mano, empezó a entusiasmarse.
Cuando se emitió el especial, la clase política se dio cuenta del terrible poder de un primer plano y de la presión aplicada a Nixon para hacerle confesar. A partir de ese día, ya no se usó la pequeña pantalla para mandar mensajes, sino para ofrecer un paquete “personalidad más físico”, que a menudo sustituiría un discurso serio.
El poder del medio y su influencia en la política fascinó a Peter Morgan, que lo convertiría en el tema principal de la obra. El dramaturgo era consciente de que se examinaría el medio televisivo. Tal como dice, los dos hombres tiraron los dados y se jugaron el todo por el todo. Nixon confiaba en sus formidables dotes de negociador y estadista. Frost contaba con el don de hacer hablar a la gente y revelar lo que quizá no hubieran querido. Esos dos ingredientes garantizaban un buen programa.
Las entrevistas Frost/Nixon, según el guionista James Reston, “siguen siendo el programa político más visto en la historia de la televisión”, con más de 45 millones de telespectadores. Fue la última aparición televisiva de Richard Nixon antes de su muerte en abril de 1994.
El poder del medio y su influencia en la política fascinó a Peter Morgan, que lo convertiría en el tema principal de la obra. El dramaturgo era consciente de que se examinaría el medio televisivo. Tal como dice, los dos hombres tiraron los dados y se jugaron el todo por el todo. Nixon confiaba en sus formidables dotes de negociador y estadista. Frost contaba con el don de hacer hablar a la gente y revelar lo que quizá no hubieran querido. Esos dos ingredientes garantizaban un buen programa.
Las entrevistas Frost/Nixon, según el guionista James Reston, “siguen siendo el programa político más visto en la historia de la televisión”, con más de 45 millones de telespectadores. Fue la última aparición televisiva de Richard Nixon antes de su muerte en abril de 1994.
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