LA ESPADA Y LA PALABRA, por MARTIN CAPARRÓS
Era un sabio. No sólo era seductor, astuto, valiente, guerrero inmejorable, ganador sin alardes. Sobre todo era sabio. Y eso, supongo, lo distinguía de todos los demás. Además, Nippur venía de lejos: tenía la gran ventaja de pertenecer a tiempos y lugares improbables, donde todo lo que nos contaba era posible.
Los otros héroes de historietas solían ser medio chatos. Chicos superpoderosos que, en distintas formas, podían cualquier cosa. Superman es el modelo más evidente. Superman podía ver y escuchar todo pero, en última instancia, no entendía nada: no aprendía. Nippur de Lagash, en cambio, sabía convertir su experiencia en ideas, conductas, expresiones. Nippur no pasaba intacto por el mundo, no seguía siendo siempre el mismo. Sus experiencias lo marcaban, tanto que terminaron por costarle un ojo de la cara.
A partir de la mitad de la historia, Nippur fue el tuerto al que una flecha le había arrancado el ojo izquierdo. Eso lo hizo más reflexivo, más interesante. El héroe era falible y dudaba y aprendía.
Nippur era un sabio pero también era un (gran) guerrero. Nippur ponía en escena la idea de que saber y proezas físicas no estaban disociados (Mens sana in corpore sano). Pensemos que Nippur se empezó a publicar en los ´60, cuando muchos pensaban que el conocimiento y la violencia funcionaban bien juntos. En la base de casi toda militancia de la época, la idea de que el conocimiento llevaba a la práctica (violenta, si acaso) y que esa práctica a su vez alimentaba ese conocimiento: la famosa dialéctica entre la acción y el pensamiento. Nippur era un militante un poco raro.
Nippur era un individualista. La época favorecía lo colectivo, lo común (en el mejor sentido de la palabra, la idea de que la vida de cada uno no pude ser satisfactoria si la vida de los demás es un desastre y que, por lo tanto, los colectivos debían buscar el bien de todos), pero Nippur era un héroe bien individual.
Los otros héroes de historietas solían ser medio chatos. Chicos superpoderosos que, en distintas formas, podían cualquier cosa. Superman es el modelo más evidente. Superman podía ver y escuchar todo pero, en última instancia, no entendía nada: no aprendía. Nippur de Lagash, en cambio, sabía convertir su experiencia en ideas, conductas, expresiones. Nippur no pasaba intacto por el mundo, no seguía siendo siempre el mismo. Sus experiencias lo marcaban, tanto que terminaron por costarle un ojo de la cara.
A partir de la mitad de la historia, Nippur fue el tuerto al que una flecha le había arrancado el ojo izquierdo. Eso lo hizo más reflexivo, más interesante. El héroe era falible y dudaba y aprendía.
Nippur era un sabio pero también era un (gran) guerrero. Nippur ponía en escena la idea de que saber y proezas físicas no estaban disociados (Mens sana in corpore sano). Pensemos que Nippur se empezó a publicar en los ´60, cuando muchos pensaban que el conocimiento y la violencia funcionaban bien juntos. En la base de casi toda militancia de la época, la idea de que el conocimiento llevaba a la práctica (violenta, si acaso) y que esa práctica a su vez alimentaba ese conocimiento: la famosa dialéctica entre la acción y el pensamiento. Nippur era un militante un poco raro.
Nippur era un individualista. La época favorecía lo colectivo, lo común (en el mejor sentido de la palabra, la idea de que la vida de cada uno no pude ser satisfactoria si la vida de los demás es un desastre y que, por lo tanto, los colectivos debían buscar el bien de todos), pero Nippur era un héroe bien individual.
Era un mix muy corriente: el individualista redentor, el salvador heroico.
En eso, Nippur se parecía a otros héroes de su tiempo: Guevara, Bond, Jesús. Uno salvaría a los pobres del mundo, otro a las democracias occidentales, otro a los que le creyeran.
Nippur salvaba, más que nada, una cierta idea de la moral y la justicia: en la tradición del justiciero errante iba combatiendo tiranos y deshaciendo entuertos.
Nippur era un exiliado.
Para Nippur el poder siempre era sospechoso (y se fue haciendo cada vez más sospechoso a medida que lo fue conociendo). Y los poderosos que aparecían en sus historias eran siempre un poco despreciables: los reyes y los sacerdotes y grandes generales de sus historias eran taimados, ligeramente idiotas. Nippur los despreciaba con razones: él era un outsider que formaba parte, un dandy de antiguas monarquías.
En eso, Nippur se parecía a otros héroes de su tiempo: Guevara, Bond, Jesús. Uno salvaría a los pobres del mundo, otro a las democracias occidentales, otro a los que le creyeran.
Nippur salvaba, más que nada, una cierta idea de la moral y la justicia: en la tradición del justiciero errante iba combatiendo tiranos y deshaciendo entuertos.
Nippur era un exiliado.
Para Nippur el poder siempre era sospechoso (y se fue haciendo cada vez más sospechoso a medida que lo fue conociendo). Y los poderosos que aparecían en sus historias eran siempre un poco despreciables: los reyes y los sacerdotes y grandes generales de sus historias eran taimados, ligeramente idiotas. Nippur los despreciaba con razones: él era un outsider que formaba parte, un dandy de antiguas monarquías.
Nippur se oponía al poder pero siempre estaba cerca de él: una especie de anarquista aristocrático, tan aristocrático que terminó siendo monarca.
Nippur fue, brevemente, rey. Casi por inconveniencia –hasta que lo dejó para seguir vagando. Pero en general combatía a los malos y tiranos sin esperar nada para él: por un trono que aceptó había rechazado siete u ocho.
No es que fuera un asceta: le gustaban las mujeres sinuosas, las canciones, una buena comida pero también un pedazo de pan a la luz de la luna, los amigos más que nada.
Las mujeres eran la gran aspiración, pero la realidad estaba hecha de amistades masculinas intensas, amorosas. En tiempos en que el tango no tenía mucha chapa, Nippur era muy tanguero. Como era claramente un tango Philip Marlowe, el detective de Chandler, el héroe más reconocible de la novela negra.
Nippur y Marlowe tenían un tono común: los dos contaban sus historias en primera persona con un dejo melancólico, tierno, distante y comprometido al mismo tiempo. Como Marlowe, Nippur siempre se estaba yendo a algún lado. Y a ninguna parte. Nippur se iba como quien ha decidido que nunca va a llegar. Nippur, antes de llamarse el Incorruptible, se llamaba el Errante.
Nippur es escasamente una historieta. Sus dibujos son una ilustración, no una de las dos formas que dialoga con la otra para armar una historia. Nippur son textos que, a lo largo de 25 años, fueron ilustrados por una docena de dibujantes distintos. Ningún personaje cuya imagen fuera decisiva había soportado tal manoseo.
Pero Nippur es sobre todo un nombre y una idea (y supo sobrevivir a todo eso). Aunque ahora parezca algo lejano, por suerte, la idea de que un guerrero puede ser un sabio no está moda en estos tiempos.
Nippur fue, brevemente, rey. Casi por inconveniencia –hasta que lo dejó para seguir vagando. Pero en general combatía a los malos y tiranos sin esperar nada para él: por un trono que aceptó había rechazado siete u ocho.
No es que fuera un asceta: le gustaban las mujeres sinuosas, las canciones, una buena comida pero también un pedazo de pan a la luz de la luna, los amigos más que nada.
Las mujeres eran la gran aspiración, pero la realidad estaba hecha de amistades masculinas intensas, amorosas. En tiempos en que el tango no tenía mucha chapa, Nippur era muy tanguero. Como era claramente un tango Philip Marlowe, el detective de Chandler, el héroe más reconocible de la novela negra.
Nippur y Marlowe tenían un tono común: los dos contaban sus historias en primera persona con un dejo melancólico, tierno, distante y comprometido al mismo tiempo. Como Marlowe, Nippur siempre se estaba yendo a algún lado. Y a ninguna parte. Nippur se iba como quien ha decidido que nunca va a llegar. Nippur, antes de llamarse el Incorruptible, se llamaba el Errante.
Nippur es escasamente una historieta. Sus dibujos son una ilustración, no una de las dos formas que dialoga con la otra para armar una historia. Nippur son textos que, a lo largo de 25 años, fueron ilustrados por una docena de dibujantes distintos. Ningún personaje cuya imagen fuera decisiva había soportado tal manoseo.
Pero Nippur es sobre todo un nombre y una idea (y supo sobrevivir a todo eso). Aunque ahora parezca algo lejano, por suerte, la idea de que un guerrero puede ser un sabio no está moda en estos tiempos.
1 comentario:
Felicitaciones. Excelente tu retrato de Nippur.
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