SARGENTO KIRK Y ERNIE PIKE
Por JUAN SASTURAIN
“Sargento Kirk” y “Ernie Pike” tienen carácter fundante (aquí empieza algo que no había) y además una cualidad axial: marcan una línea divisoria y establecen un eje que atraviesan el conjunto de relatos argentinos y llega hasta hoy. Y lo hacen desde la historieta y desde la aventura, un soporte expresivo y un tipo de relato cuya importancia aun no ha sido reconocido dentro de nuestra narrativa contemporánea. Parece demasiado decir, pero creo que es así.
A los que éramos pibes en los años ´50, receptores y consumidores naturales de estas historias de cowboys y de guerra escritas por Héctor Oesterheld y dibujadas por Hugo Pratt, su lectura nos voló la cabeza. Literalmente. Y fue así porque no se parecían a nada de lo que podía leerse por entonces es en las revistas argentinas, ya fuesen historietas hechas acá o mejicanas, traducidas de los yanquis o traídas de Italia. Las historietas de Oesterheld y Pratt eran absolutamente originales. Incluso no tenían nada que ver con las esquemáticas aventuras del género –western, bélico, piratas- que solíamos ver por entonces en los cines, como estrenos o en el día de entresemana dedicado a “las tres películas de acción”.
Así es como tanto en las historietas como en el cine, los soldados de casacas azules y los blancos en general eran los buenos, y los indios gritones y salvajes eran los malos. Del mismo modo, los alemanes y los japoneses una misma compleja condición: sádicos, cobardes y traicioneros. Así de simple. Los chicos de diez a quince años no sabíamos qué era un “planteo maniqueo” y tampoco podríamos haber definido qué era el “realismo humanista”. Sin embargo, desde el día que leímos “Sargento Kirk” y “Ernie Pike” supimos empíricamente en qué consistía la diferencia.
Con todo esto quiero señalar que, por una cuestión generacional, durante una niñez y adolescencia que coinciden con los años que van de la llamada Revolución Libertadora a la caída de Frondizi, nos tocó acceder a la lectura de relatos excepcionales que escribía Oesterheld y dibujaba Pratt, o Solano López, Breccia, Arturo del Castillo. Pero como sucede con los autores que trabajan por canales marginales como la historieta y para receptores no calificados como los niños, la percepción de la excelencia (la mirada crítica y la apreciación cultural) se demora, a menudo, hasta que ese receptor primigenio accede a la posibilidad (por ende, a la formación) de dar cuenta de lo que experimentó. O cuando, por vía de las olas modernizadoras de influencia externa, esas formas marginales se ponen de moda y se convierten en objeto de experimentación o revaloración de las vanguardias hegemónicas de turno. Eso fue exactamente lo que sucedió con la historieta en Argentina, a partir de finales de los ´70 y sobre todo durante la década siguiente, hasta hoy.
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