Alejandro Magno está a punto de tomar, una vez más, una decisión cuyas consecuencias son incalculables.
Le han contado que existe una mujer que predice el futuro con certidumbre. Entonces hace que se presente ante él para que le enseñe su arte.
Ella le dice que hay que encender un gran fuego y podrá leer el futuro en el humo que provocará, como si leyera en un libro. Pero pone en guardia al conquistador: mientras mire el humo no tendrá, de ninguna manera, que pensar en el ojo izquierdo de un cocodrilo.
Sí acaso en el derecho; pero ¡nunca! en el izquierdo.
Ella le dice que hay que encender un gran fuego y podrá leer el futuro en el humo que provocará, como si leyera en un libro. Pero pone en guardia al conquistador: mientras mire el humo no tendrá, de ninguna manera, que pensar en el ojo izquierdo de un cocodrilo.
Sí acaso en el derecho; pero ¡nunca! en el izquierdo.
Entonces Alejandro renuncia a conocer el futuro. ¿Por qué? Pues porque una vez que alguien te ha metido en la cabeza que no tienes que pensar en algo, piensas sólo en eso.
La prohibiciòn crea una obligaciòn. Imposible, pues, a esas alturas no pensar en el ojo izquierdo del cococrilo. El ojo del animal se ha apoderado de tu memoria, de tu mente.
La prohibiciòn crea una obligaciòn. Imposible, pues, a esas alturas no pensar en el ojo izquierdo del cococrilo. El ojo del animal se ha apoderado de tu memoria, de tu mente.
Diálogo entre Umberto Ecco y Jean Claude Carriére
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