martes, 18 de agosto de 2009

ANTON CHEJOV: HISTORIA DE MI VIDA I


-Es primordial que todos, tanto los fuertes como los débiles, los ricos y los pobres, participen con el mismo interés en la lucha por la existencia. Cada uno debe contribuir, de acuerdo con sus posibilidades, en el trabajo humano. Debería ser obligatorio para todo el mundo el trabajo físico, sin excepción, y sólo entonces, las injusticias sociales desaparecerían. Sólo así los fuertes dejarían de oprimir a los débiles y la minoría dejaría de ver a la mayoría como una bestia de carga que es explotada por unos cuantos.
-¿Pero entonces no le parece que si todos, incluso los más grandes pensadores y sabios, participaran en la lucha por la existencia, tal como usted la ve, o sea, entregados al trabajo físico, cavando y picando, supondría una grave amenaza para el progreso?
-En absoluto. El progreso no sufriría ningún peligro. El progreso depende del amor al prójimo, del cumplimiento de las leyes morales. Si nadie explota a nadie, ¿qué más quiere? ¿Usted cree en otra clase de progreso?
-¡Pero permítame usted! -me replicó el doctor, enrabiado de repente-. ¡Si todos nos dedicáramos únicamente al perfeccionamiento de nuestra propia persona y a la contemplación de nuestra propia belleza moral, sería imposible el progreso!
-¿Por qué? Si usted cree que para que sea posible su famoso progreso es necesario que los unos sean los dueños de los otros, alimentándolos, vistiéndolos, defendiéndolos, con riesgo de su vida, contra sus enemigos, ese progreso, amigo, siento decírselo, no tiene ningún valor, pues está basado en una gran injusticia.

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