Experto en diversión, por Pablo Conde
"Cuando crecés, tu corazón se muere" supo alguna vez decir a través de uno de sus personajes. Unos 25 años después, la ironía surtiría efecto: John Hughes finalmente crecería, mientras paseaba a su perro en una tranquila tarde de verano.
Más de treinta películas como guionista, otras tantas como productor y ocho como director: una larga carrera que comenzó tecleando para proyectos de la National Lampoon (Reunión de clase, Vacaciones), para transformarse en el portavoz de la angustia adolescente de los ochenta. Como prueba, ahí están sus comedias protagonizadas por una chica que cumple 16 y nadie lo recuerda en Se busca novio, un heterogéneo grupo de estudiantes en detención en El club de los cinco, un hormonal dúo informático en Ciencia loca / La chica explosiva, y el ultra carismático Ferris Bueller en Experto en diversión. La contrapartida de su lado más divertido serían los guiones cedidos a Howard Deutch: La chica de rosa, un buen melodrama adolescente con padre alcohólico incluido, y Alguien maravilloso, en la que el protagonista, acá masculino, abandona a su chica ideal para quedarse con su amiga de toda la vida, una venganza por las imposiciones de los productores que lo obligaron a que en la primera Molly Ringwald descarte a su amigo, Duckie.
Hughes hizo muchas otras cosas (Papá a la fuerza, la genial Mejor solo que mal acompañado), hasta que empezó a enfocar en los más pequeños (Curly Sue, Mi pobre angelito, Daniel el travieso), pero su huella más marcada la dejó en el imaginario adolescente. Porque lejos -lejísimos- de las prom nights, de los geeks, los nerds y demás especímenes retratados en sus películas, también se las ingenió para dialogar con una especie de adolescente universal, ese que más allá de lo geográfico y lo sociocultural vive esa etapa de transformación, cambio y crecimiento como puede, como lo dejan, como le sale. Hughes le habló, le habla y le hablará por igual al que se toma una malteada que al que hace una mateada: la adolescencia como militancia, estado de pupa después de ser mojados o recibir alimentos tras la medianoche.
Olvídense de lo que pueda decir la crítica, lo que haya recaudado en taquilla o cualquier otro considerando masturbatorio: lo más importante de la carrera de Hughes es su llegada directa al público, esa traslación de la problemática juvenil en donde la diversión, el drama y la necesidad de encontrar un rumbo colisionan con una fuerza envidiable. Ahí están sus herederos, de Kevin Smith a Wes Anderson. Ahí están sus películas, poblando la grilla del cable. Ahí está John Hughes, el cineasta recluido que se le río en la cara al Pete Townshend que escribió eso de "espero morir antes de envejecer". Ahí está el que decidió dejar de crecer. Se lo va a extrañar mucho.
"Cuando crecés, tu corazón se muere" supo alguna vez decir a través de uno de sus personajes. Unos 25 años después, la ironía surtiría efecto: John Hughes finalmente crecería, mientras paseaba a su perro en una tranquila tarde de verano.
Más de treinta películas como guionista, otras tantas como productor y ocho como director: una larga carrera que comenzó tecleando para proyectos de la National Lampoon (Reunión de clase, Vacaciones), para transformarse en el portavoz de la angustia adolescente de los ochenta. Como prueba, ahí están sus comedias protagonizadas por una chica que cumple 16 y nadie lo recuerda en Se busca novio, un heterogéneo grupo de estudiantes en detención en El club de los cinco, un hormonal dúo informático en Ciencia loca / La chica explosiva, y el ultra carismático Ferris Bueller en Experto en diversión. La contrapartida de su lado más divertido serían los guiones cedidos a Howard Deutch: La chica de rosa, un buen melodrama adolescente con padre alcohólico incluido, y Alguien maravilloso, en la que el protagonista, acá masculino, abandona a su chica ideal para quedarse con su amiga de toda la vida, una venganza por las imposiciones de los productores que lo obligaron a que en la primera Molly Ringwald descarte a su amigo, Duckie.
Hughes hizo muchas otras cosas (Papá a la fuerza, la genial Mejor solo que mal acompañado), hasta que empezó a enfocar en los más pequeños (Curly Sue, Mi pobre angelito, Daniel el travieso), pero su huella más marcada la dejó en el imaginario adolescente. Porque lejos -lejísimos- de las prom nights, de los geeks, los nerds y demás especímenes retratados en sus películas, también se las ingenió para dialogar con una especie de adolescente universal, ese que más allá de lo geográfico y lo sociocultural vive esa etapa de transformación, cambio y crecimiento como puede, como lo dejan, como le sale. Hughes le habló, le habla y le hablará por igual al que se toma una malteada que al que hace una mateada: la adolescencia como militancia, estado de pupa después de ser mojados o recibir alimentos tras la medianoche.
Olvídense de lo que pueda decir la crítica, lo que haya recaudado en taquilla o cualquier otro considerando masturbatorio: lo más importante de la carrera de Hughes es su llegada directa al público, esa traslación de la problemática juvenil en donde la diversión, el drama y la necesidad de encontrar un rumbo colisionan con una fuerza envidiable. Ahí están sus herederos, de Kevin Smith a Wes Anderson. Ahí están sus películas, poblando la grilla del cable. Ahí está John Hughes, el cineasta recluido que se le río en la cara al Pete Townshend que escribió eso de "espero morir antes de envejecer". Ahí está el que decidió dejar de crecer. Se lo va a extrañar mucho.
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