sábado, 12 de junio de 2010

ENTREVISTA A EUGENIO ZOPPI (Parte II)


BRECCIA Y VITO NERVIO: La relación de Zoppi con Breccia fue mucho más que una amistad. Los unían dos hermanas: sus dos esposas. “El año 1948 fue muy importante para mí: me enamoré de la letrista de Aventura, que sería mi mujer a lo largo de 45 años, y además lo conocí a Alberto.” En la casa del suegro, durante los fines de semana, los concuñados charlaban sobre historietas. Un día, Breccia le plantea a Zoppi un problema de resolución de posturas con su personaje Vito Nervio, serie que Breccia había heredado en 1947 y que inicialmente había sido ilustrada por Emilio Cortinas. “Alberto, enemigo del dibujo académico, tenía muchos problemas de anatomía”, recuerda Zoppi. “Sus dibujos estaban llenos de defectos que él disimulaba. Entonces a mí se me ocurrió posar de cuerpo entero: mi delgadez iba bien con el personaje. Así que yo fui el primer modelo de Vito Nervio (después lo hicieron Di Benedetto y el dibujante Lalia). Ahí, Breccia comenzó a usar contrastes y a hacer un dibujo mucho más sencillo, dos cambios que se notan cuando entra a la historieta Alí, un negro ayudante de Nervio. Ahí arranca la mezcla entre las influencias de José Luis Salinas y Caniff, que Breccia fue cultivando hasta lograr su estilo único.”


IDEOLOGIA E HISTORIETA: Zoppi sostiene que las historietas siempre estuvieron al servicio de una ideología. Y recuerda que las primeras tiras norteamericanas llegaban al país junto con el servicio de las agencias denoticias. “Era toda una imposición”, dice. En la época de la Segunda Guerra, las historietas se entregan a las revistas y a los diarios en forma gratuita. “A partir de Oesterheld hay un cambio fundamental en el concepto del guión. Con él supimos que no todos los alemanes o los soldados japoneses eran malos. Héctor nos demostró que los uniformes y los bandos no hacen malos a todos. Y por otro lado rompió con ese héroe norteamericano tan individualista que era capaz, por ejemplo, de recuperar él solo una ciudad como Berlín. A partir de la visión de Oesterheld, la aventura se convirtió en otra cosa: sus protagonistas siempre fueron un conjunto de hombres, y nunca tuvieron esa omnipotencia tan norteamericana; siempre alguno se destacaba, pero la aventura latía a través del grupo. Tenía otro cariz: ¡incluso podía morir el protagonista! ¿Por qué no? Hasta Misterix, que tenía algo de superhombre, era en realidad un científico con rasgos de humanidad.”


JAPONESES“Creo que la historieta japonesa arruinó un poco el gusto estético de los chicos. En un principio, las animaciones y las historietas eran muy pobres; parecía que no sabían dibujar. Con el tiempo, sin duda, mejoraron, y ahora utilizan efectos interesantes y muy bien logrados. Pero les falta algo; no sólo a la japonesas: a casi todas las modernas. Para mí no tienen alma; sirven sólo para divertir. Ninguna te hace pensar. Las aventuras de Oesterheld te divertían, pero al mismo tiempo algo te quedaba dando vueltas en la cabeza. Ésa fue la visión que impuso la historieta argentina, un aporte con el que nuestros guionistas tuvieron mucho que ver. Yo tengo muchas esperanzas puestas en los jóvenes, por ejemplo en los pibes de La Productora, que elaboran un producto de gran calidad.”
La lupa ha quedado a un costado de la mesa. Zoppi levanta la cabeza. El recorrido ha sido largo, y algunos recuerdos quedan flotando en el aire: el legendario periodista Osvaldo Ardizzone escribiendo los guiones de sus tiras en El Gráfico; las interminables noches realizando story boards en la agencia de publicidad Casares Grey; las ilustraciones que hizo para Walt Disney a través de la editorial Atlántida; el trabajo en la colección “Historia de la Humanidad”, dirigida por Daniel Mallo. “Pasaron tantas cosas –dice Zoppi–, que ni con la lupa se pueden rastrear.”


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