Desde que era niño pude observar numerosos sufrimientos inútiles causados por la maldad de la gente. Era imposible que aquellos habitantes tuvieran algún tipo de base moral. Me preguntaba de qué les servía leer el Evangelio, rezar, confesarse, o leer tantos periódicos y libros; y dudaba que la cultura hubiera ejercido sobre ellos alguna influencia positiva. ¡Ninguna! Vivían en la misma oscuridad del alma, de la misma forma casi bárbara de 200 ó 300 años atrás. De generación en generación se hablaba de la verdad, de la misericordia, del derecho a la libertad, pero por lo visto, esto no impedía que no pararan de mentir durante todo el día, que se martirizaran los unos a los otros y odiasen la libertad igual que a su peor enemigo.
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