Por Silvia Velando
Los aventureros Nicholas Roerich y Ferdinand Ossendowski. Viajeros occidentales como el científico polaco Ossendowski y el pintor ruso Roerich, escucharon contar a los lamas y nativos relatos sobre túneles que convergían a un fabuloso país subterráneo donde habitaba una poderosa raza de seres que se daría a conocer cuando la humanidad hubiera llegado a unas condiciones en que pudiera recibir los conocimientos necesarios, y saldrían a la superficie para crear una nueva civilización de paz (Nostradamus anunció en sus Centurias que habría de llegar algún día el Gran Rey)
Ossendowski fue el primero en recoger el testigo de Agartha. Durante su huída por Siberia y Mongolia, perseguido por el ejército rojo, alcanzó tierras casi desconocidas en torno al desierto de Gobi, Manchuria y las inmediaciones del Tíbet -supuesto enclave del reino perdido-. Contactó en sus investigaciones con privilegiadas fuentes de información: aristócratas y lamas mongoles y el bibliotecario del propio Buda viviente. Dejó memoria de todo en el último capítulo del libro Bestias, hombres, Dioses.
El libro daría cierto cariz de credibilidad a la existencia de Agartha, aunque muchos lo tacharían de sensacionalista y muy poco o nada riguroso.
Roerich también sintió la llamada del Himalaya y abandonó la fama para dedicarse a luchar en pro de la paz, desde su refugio en el valle de Kulu, en las montañas de Cachemira (1917). Recién muerto Lenin, en 1924, Roerich llegaría a Rusia como portador de un mensaje que le había sido transmitido por los Mahatmas que habitaban en algún lugar ignorado dentro del paralelo 42.
Juan Parellada de Cardellac cuenta en su libro Reinos perdidos y claves secretas que el explorador ruso habría dejado constancia en sus escritos del avistamiento de un OVNI -lo definiría como un ingenio metálico- que vio elevarse de un valle del Gobi en dirección al Tíbet.
Los aventureros Nicholas Roerich y Ferdinand Ossendowski. Viajeros occidentales como el científico polaco Ossendowski y el pintor ruso Roerich, escucharon contar a los lamas y nativos relatos sobre túneles que convergían a un fabuloso país subterráneo donde habitaba una poderosa raza de seres que se daría a conocer cuando la humanidad hubiera llegado a unas condiciones en que pudiera recibir los conocimientos necesarios, y saldrían a la superficie para crear una nueva civilización de paz (Nostradamus anunció en sus Centurias que habría de llegar algún día el Gran Rey)
Ossendowski fue el primero en recoger el testigo de Agartha. Durante su huída por Siberia y Mongolia, perseguido por el ejército rojo, alcanzó tierras casi desconocidas en torno al desierto de Gobi, Manchuria y las inmediaciones del Tíbet -supuesto enclave del reino perdido-. Contactó en sus investigaciones con privilegiadas fuentes de información: aristócratas y lamas mongoles y el bibliotecario del propio Buda viviente. Dejó memoria de todo en el último capítulo del libro Bestias, hombres, Dioses.
El libro daría cierto cariz de credibilidad a la existencia de Agartha, aunque muchos lo tacharían de sensacionalista y muy poco o nada riguroso.
Roerich también sintió la llamada del Himalaya y abandonó la fama para dedicarse a luchar en pro de la paz, desde su refugio en el valle de Kulu, en las montañas de Cachemira (1917). Recién muerto Lenin, en 1924, Roerich llegaría a Rusia como portador de un mensaje que le había sido transmitido por los Mahatmas que habitaban en algún lugar ignorado dentro del paralelo 42.
Juan Parellada de Cardellac cuenta en su libro Reinos perdidos y claves secretas que el explorador ruso habría dejado constancia en sus escritos del avistamiento de un OVNI -lo definiría como un ingenio metálico- que vio elevarse de un valle del Gobi en dirección al Tíbet.
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