Por Gustavo Fernández
Pero aquí viene la verdadera parte difícil. El vórtice de energía que se supone este aparato debía generar, no es un fenómeno tridimensional o aun cuatri-dimensional. No puede serlo. Para que un campo de torsión sea capaz de interactuar con la gravedad y el electromagnetismo tiene que estar revestido de atributos que fueran más allá de las tres dimensiones de izquierda, derecha, arriba y abajo, adelante y atrás, y del campo de tiempo cuatridimensional que ellas habitan; algo que los teóricos por conveniencia le llamaron la quinta dimensión, el hiperespacio.
¿Dónde está? Cook está seguro de que la Campana fue localizada por los estadounidenses y llevada a su país, donde se continuó experimentando en tiempos posteriores a la espera del momento de implementarla. La obvia pregunta de “Si es así, ¿por qué aún no hemos visto las aplicaciones de la misma?”, tiene dos respuestas, una obvia y la otra no tanto.
La primera, que la economía mundial está edificada sobre la explotación petroquímica: recién en estos años en que avizoramos su próxima desaparición comienza a ser funcional el desarrollo de tecnologías alternativas, primero con aplicaciones militares. La otra respuesta es que sí está siendo usada, pero nos lo han ocultado y, según estos investigadores, es en el bombardero B-2 “Stealth” donde se emplea como coadyuvante del sistema de propulsión una pequeña generación de antigravedad.
Máximo secreto militar, por supuesto. Los analistas que sospechan esto se fundamentan en un detalle: visto en planta, el B-2 no tiene dos extremos de alas, tiene siete, pues su “borde de fuga” es aserrado. Una tecnología meramente anti-radar, por el contrario, necesitaría lo primero —un borde de fuga sencillo— para minimizar la exposición a los sistemas de detección. Un “borde de fuga” aserrado es funcional para una cosa: incrementar los puntos de descarga de la masiva electricidad estática que se condensaría en forma de campo alrededor de un aparato antigravitatorio.
Pero Witkowski, como comenta Guaraglia, no descarta que fuera posible que la Campana, sus planos, un prototipo hayan sido traídos a Sudamérica. Desliza que su fuente pertenece al ámbito de la inteligencia militar y esta precisión tendría más de sesenta años. Sabido es que el gobierno de Juan Perón brindó una “ruta de escape” a jerarcas y científicos alemanes y, de hecho, la tecnología argentina se ubicó octava en el mundo en sólo tres años luego de 1945.
El desarrollo del caza jet Pulqui II es un ejemplo paradigmático, y sería interesante ahondar en los experimentos atómicos de Richter en la isla Huemul, frente a Bariloche, más allá de la “versión oficial” que afirma que Richter era un estafador y Perón un simple crédulo ambicioso (del fallecido ex presidente pueden decirse muchas cosas, incluso de su ambición, pero nadie que conozca un poco de su historia sostendría que era un simple crédulo).
Existe el rumor de que en las cercanías del río Gualeguaychú habría aterrizado, luego de la Segunda Guerra, un avión con personal nazi, y que habrían ocultado en algún punto equipo de naturaleza desconocida. En lo personal, miro el mapa y observó que no está lejos de la población entrerriana de Rosario del Tala donde, como recordarán, informamos que existirían los remanentes de un centro secreto de experimentos digitado por europeos desde antes de la guerra.
Y sí: existe la anomalía, como pueden ver en la Revista de la Asociación Geológica Argentina: “Se ha elegido como caso testigo el área situada hacia el sur de la localidad de Gualeguaychú, en el extremo sudoriental de la provincia de Entre Ríos. Ésta fue seleccionada pues se tenía conocimiento del cese de operaciones y existía interés de autoridades locales en verificar la ausencia de anomalías indicadoras de potenciales residuos peligrosos para el ambiente. La interpretación de la respuesta magnética obtenida sugiere que los objetos enterrados con alta susceptibilidad magnética, no serían de grandes proporciones...”.
La honestidad profesional nos obliga a citar que las conclusiones del mencionado estudio son que los objetos parecen “tambores de menos de un metro de diámetro” y, de paso, contradecirse a sí misma cuando más adelante sugiere que “se trata de objetos ferrosos de menos de dos kilogramos de peso”, todo atribuible, posiblemente, a un relleno sanitario.
Conocedores por sufrimiento propio de la burocracia argentina, nos preguntamos si se habrán hecho estudios de semejante nivel científico en cualquiera de los centenares de tóxicos y apestosos rellenos sanitarios de todo el país (útiles también para sepultar grandes negociados corruptos y decenas de cuerpos de desaparecidos), muchos (como los del Gran Buenos Aires o Gran Rosario) infinitamente más grandes que los de la pequeña ciudad de Gualeguaychú. La respuesta es esperable: no. De manera que volvemos a preguntarnos por qué tanto interés de las autoridades en este particular caso, y sospechamos que detrás de esta “preocupación sanitaria” puede esconderse otra cosa.
Será cuestión de seguir investigando. Tan simple como eso.
[1] La traducción más aproximada al castellano sería “División de Armas Milagrosas”.
Fuente: Al Filo de la Realidad.
¿Dónde está? Cook está seguro de que la Campana fue localizada por los estadounidenses y llevada a su país, donde se continuó experimentando en tiempos posteriores a la espera del momento de implementarla. La obvia pregunta de “Si es así, ¿por qué aún no hemos visto las aplicaciones de la misma?”, tiene dos respuestas, una obvia y la otra no tanto.
La primera, que la economía mundial está edificada sobre la explotación petroquímica: recién en estos años en que avizoramos su próxima desaparición comienza a ser funcional el desarrollo de tecnologías alternativas, primero con aplicaciones militares. La otra respuesta es que sí está siendo usada, pero nos lo han ocultado y, según estos investigadores, es en el bombardero B-2 “Stealth” donde se emplea como coadyuvante del sistema de propulsión una pequeña generación de antigravedad.
Máximo secreto militar, por supuesto. Los analistas que sospechan esto se fundamentan en un detalle: visto en planta, el B-2 no tiene dos extremos de alas, tiene siete, pues su “borde de fuga” es aserrado. Una tecnología meramente anti-radar, por el contrario, necesitaría lo primero —un borde de fuga sencillo— para minimizar la exposición a los sistemas de detección. Un “borde de fuga” aserrado es funcional para una cosa: incrementar los puntos de descarga de la masiva electricidad estática que se condensaría en forma de campo alrededor de un aparato antigravitatorio.
Pero Witkowski, como comenta Guaraglia, no descarta que fuera posible que la Campana, sus planos, un prototipo hayan sido traídos a Sudamérica. Desliza que su fuente pertenece al ámbito de la inteligencia militar y esta precisión tendría más de sesenta años. Sabido es que el gobierno de Juan Perón brindó una “ruta de escape” a jerarcas y científicos alemanes y, de hecho, la tecnología argentina se ubicó octava en el mundo en sólo tres años luego de 1945.
El desarrollo del caza jet Pulqui II es un ejemplo paradigmático, y sería interesante ahondar en los experimentos atómicos de Richter en la isla Huemul, frente a Bariloche, más allá de la “versión oficial” que afirma que Richter era un estafador y Perón un simple crédulo ambicioso (del fallecido ex presidente pueden decirse muchas cosas, incluso de su ambición, pero nadie que conozca un poco de su historia sostendría que era un simple crédulo).
Existe el rumor de que en las cercanías del río Gualeguaychú habría aterrizado, luego de la Segunda Guerra, un avión con personal nazi, y que habrían ocultado en algún punto equipo de naturaleza desconocida. En lo personal, miro el mapa y observó que no está lejos de la población entrerriana de Rosario del Tala donde, como recordarán, informamos que existirían los remanentes de un centro secreto de experimentos digitado por europeos desde antes de la guerra.
Y sí: existe la anomalía, como pueden ver en la Revista de la Asociación Geológica Argentina: “Se ha elegido como caso testigo el área situada hacia el sur de la localidad de Gualeguaychú, en el extremo sudoriental de la provincia de Entre Ríos. Ésta fue seleccionada pues se tenía conocimiento del cese de operaciones y existía interés de autoridades locales en verificar la ausencia de anomalías indicadoras de potenciales residuos peligrosos para el ambiente. La interpretación de la respuesta magnética obtenida sugiere que los objetos enterrados con alta susceptibilidad magnética, no serían de grandes proporciones...”.
La honestidad profesional nos obliga a citar que las conclusiones del mencionado estudio son que los objetos parecen “tambores de menos de un metro de diámetro” y, de paso, contradecirse a sí misma cuando más adelante sugiere que “se trata de objetos ferrosos de menos de dos kilogramos de peso”, todo atribuible, posiblemente, a un relleno sanitario.
Conocedores por sufrimiento propio de la burocracia argentina, nos preguntamos si se habrán hecho estudios de semejante nivel científico en cualquiera de los centenares de tóxicos y apestosos rellenos sanitarios de todo el país (útiles también para sepultar grandes negociados corruptos y decenas de cuerpos de desaparecidos), muchos (como los del Gran Buenos Aires o Gran Rosario) infinitamente más grandes que los de la pequeña ciudad de Gualeguaychú. La respuesta es esperable: no. De manera que volvemos a preguntarnos por qué tanto interés de las autoridades en este particular caso, y sospechamos que detrás de esta “preocupación sanitaria” puede esconderse otra cosa.
Será cuestión de seguir investigando. Tan simple como eso.
[1] La traducción más aproximada al castellano sería “División de Armas Milagrosas”.
Fuente: Al Filo de la Realidad.
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