Esta es una nota que escribí en el 2007, y apareció publicada en la revista "Yo Soy la Morsa" con motivo del estreno de un documental sobre John Lennon.
Hace un par de meses, me acerqué al Arteplex de Corrientes, que no por nada es uno de mis cine favoritos, quizás porque está ubicado en un sótano, quizás porque es pequeño, quizás porque no hay espectadores comiendo pochochos ni mandándose mensajes de texto. En fin, es una buena sala. Y quedan pocas. En aquella ocasión proyectaban un documental titulado “The U.S. vs. John Lennon”. No me interesan los documentales, pero sí Lennon, su obra y su activismo político así que valía la pena hacer el esfuerzo.
Entré en la sala y las dudas se acrecentaron, inevitablemente. ¿Otro documental sobre Lennon? ¿Hay algo nuevo para decir? Noventa minutos después salí del cine, con la respuesta rebotando en mi cabeza: no, no hay absolutamente nada nuevo para decir.
Tenemos sus canciones, sus discos, algunas imágenes de archivo, el documental “Imagine” y con eso alcanza.
Tenemos sus canciones, sus discos, algunas imágenes de archivo, el documental “Imagine” y con eso alcanza.
Todos los intentos que realizamos una y otra vez por volver a revisar y estudiar a Lennon tienen más que ver con un irresistible deseo de proyectar en imágenes o palabras nuestra pasión por él. O bien, para ingresar en el peligroso terreno de las suposiciones y preguntarse: ¿qué pasaría si Lennon viviera? Y de esta forma, los interrogantes se vuelven interminables: ¿qué canciones cantaría ahora? ¿Se hubieran reunido los Beatles? ¿Hubieran venido a la Argentina ? Y de haber venido, ¿se hubieran sacado una foto con Menem, como hicieron los Stones? Lennon y Menem juntos en la Quinta de Olivos es una imagen difícil de digerir.
Y si seguimos especulando, también podríamos preguntarnos: ¿cuál sería su postura ante la guerra de Irak, el SIDA, Internet, Bush, Blair, la caída del Muro de Berlín, el regreso de Soda Stereo y demás hechos relevantes? Imposible responderlo.
La ausencia de Lennon se hace notar. No sabemos cómo sería nuestra vida si Lennon viviera, pero sí sabemos cómo es nuestra vida sin Lennon y lo cierto es que deja mucho que desear. Las utopías han muerto, es imposible cambiar el mundo, y no hay nadie que salga a decir que es posible soñar sin parecer cursi. Está bien, tenemos a Bono. Es un buen muchacho y tiene sensibilidad por las causas sociales, pero no alcanza.
Revisando minuciosamente el documental “The U.S. vs. John Lennon” uno entiende por qué, hasta el día de hoy, seguimos hablando de Lennon y de su compromiso político. Es cierto que vivió en una época muy diferente a la nuestra. Por más que encontremos analogías entre Vietnam e Irak, o entre Nixon y Bush, no podemos dejar de advertir que era OTRA realidad.
A principios de los 70, una generación intentaba cambiar el mundo, darle una oportunidad a la paz y llevar la imaginación al poder. Todas esas consignas hoy nos causan gracia y un poco de ternura piadosa. Aunque parezca mentira, una generación entera creía en esto, y Lennon fue el representante, la voz, el puño en alto.
Desembarcó en Nueva York en 1972, y a partir de ahí nada volvió a ser igual. Aprovechó que todos los medios estuvieran obsesionados con él para usarlos y mandar un mensaje. Empezó a reunirse con activista políticos de extrema izquierda, incluyendo los Panteras Negras de Angela Davis. Sin duda, más de uno le habrá dicho: “Callate y toca la guitarra”. Y Lennon no hizo caso. Ya había tenido suficientes problemas en la época de los Beatles, cuando tenía que cuidarse en sus declaraciones para evitar controversias.
Hacia 1972, optó por decir todo lo que pensaba, sin rodeos, sin vueltas. Y no retrocedió. Lo demás es historia conocida. Nixon y Hoover se desesperaron y empezaron a perseguirlo. Infiltraban su teléfono, contrataban agentes para que lo siguieran, grababan todos sus conciertos y entrevistas, hicieron todo lo posible para negarle una visa de residencia.
Nixon tenía una postura muy clara: “Cuando alguien del espectáculo participa de una manifestación política está haciendo algo que se considera un enorme sacrificio personal, incluso un riesgo personal”.
Parece mentira que los gobernantes del país más poderoso del mundo se sintieran amenazados por un cantante pop.
Le tenían miedo a Lennon porque había una fuerza intelectual y radical en sus acciones. O como diría Gore Vidal: “Cualquiera que canta sobre el amor, la armonía y la vida es peligroso para alguien que canta sobre la muerte, mata, somete a la gente. Lennon era una voz que atermorizaba a aquellos que quieren escuchar marchas militares”.
Indudablemente, Lennon era peligroso. A pesar de que sus letras nunca incitaban a la violencia, a pesar de que fue lo suficientemente inteligente para evitar convertirse en un mártir; simplemente era un artista íntegro que decía lo que pensaba y actuaba en consecuencia.
Era consciente del poder de la gente, de las manifestaciones, pero conocía el riesgo que representaba la violencia. En cierta oportunidad dijo: “El sistema te jalará la barba y te empujará para ponerte violento. Cuando logren ponerte violento, sabrán cómo controlarte”.
Y la historia continuó.
La década del 70 siguió su curso, las proclamas se fueron apagando. Después llegaron los 80 y todo quedó claro: se acaban las esperanzas de un mundo mejor, no hay futuro, todo terminó, el individualismo y un mundo cada vez más intolerante ganan la partida.
Arbitrariamente hablando, resulta muy fácil hacer un paralelo entre el mundo de los 60-70 y el de los 80-90.
No parece casual que Lennon haya muerto en 1980. Toda una época murió con él.
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