domingo, 24 de abril de 2011

KUWAIT


Por Walter Graziano

Parte 7

A inicios de los años '80, Irán e Irak, dos países petroleros, ingresaron en una guerra entre sí en la cual Estados Unidos, gobernado por la dupla Reagan-Bush, tomó una decisión salomónica: financiar a ambos bandos y venderles armas a los dos países. A consecuencia de ello, se desarrolló una prolongada guerra que terminó en empate. Saddam Hussein habría acumulado rencor contra sus vecinos saudíes y kuwaitíes, que lo habrían dejado en soledad, atajando las hordas chiítas iraníes, de diferente raza que la árabe y de pronunciadas diferencias religiosas y culturales con los sunnitas, mayoritarios en Arabia Saudita, Kuwait y en la élite en ese entonces gobernante en Irak. La situación de Hussein era complicada si se tiene en cuenta que, mientras Irán posee 60 millones de habitantes, Irak sólo llega a la tercera parte. Si además se tiene en cuenta que 70% de la población iraquí es chiíta, fácilmente se puede caer en la cuenta del grado de soledad que tuvo que soportar el sunnita Hussein durante esa guerra. Una vez concluida, Hussein aumenta su nivel de rencor contra el emir de Kuwait al observar que la política petrolera saudí y kuwaití era producir al mayor ritmo posible, deprimiendo el nivel de precios mundiales del crudo, que era funcional a los intereses de las petroleras anglonorteamericanas. Además, Irak y Kuwait comparten uno de los mayores yacimientos petrolíferos del mundo: los campos de Rumeila. Kuwait extraía petróleo de ese yacimiento a un ritmo frenético, lo que motivó que Hussein entendiera que el emir de Kuwait estaba robando petróleo a Irak.


Hussein en 1990 informó a la embajadora de Estados Unidos en Irak, April Glaspie, que su intención era invadir Kuwait. La embajadora Glaspie consultó con el Departamento de Estado y con el presidente George Bush, quien no emitió opinión, ni trató de disuadir a Hussein de la invasión, lo que fue interpretado por él mismo como una carta blanca. Hussein entendió, erróneamente, que Estados Unidos no reaccionaría. El padre de Bush le había tendido una trampa que le daba la excusa para debilitar al líder árabe más reacio de domesticar, poner un pie con bases militares en el país con mayores reservas petrolíferas del mundo: Arabia Saudita, y en Kuwait. Todo ello con la excusa de que Hussein era un brutal agresor al invadir Kuwait y que no respetaba los derechos humanos. Por supuesto, sin tener en cuenta que Kuwait era gobernado autoritariamente, sin Congreso ni representación parlamentaria, por un emir de exóticas y multitudinarias costumbres sexuales y que poseía esclavos. Las propias autoridades norteamericanas no sabían cómo disimular esto cuando el emir se trasladó a Estados Unidos. La historia tomó tal dimensión que el propio Bush padre debió interceder para crear a toda velocidad una parodia de mini parlamento kuwaití a fin de disimular las características del régimen esclavista.


La estrategia del padre de Bush, si bien triunfadora en el campo de batalla, con el correr de los años significó la pérdida de la guerra, dado que nunca se produjo el golpe de Estado interno que la industria petrolera deseaba. Ocurre que a Estados Unidos no le venía bien cualquier tipo de golpe contra Saddam Hussein.

Noam Chomsky, en Estados canallas, señala: "En 1991, después del cese de las hostilidades, el Departamento de Estado reiteró formalmente su negativa a tener ningún trato con la oposición democrática iraquí, e igual que antes de la Guerra del Golfo (la primera) el acceso a los principales medios de comunicación estadounidenses les fue virtualmente denegado. (...) Era el 14 de marzo de 1991, mientras Saddam estaba diezmando a la oposición en el sur bajo la mirada del general Schwarzkopf, quien se negó incluso a permitir que los oficiales militares rebeldes tuvieran acceso a las armas iraquíes capturadas. (...) Oponiéndose a una rebelión popular, Washington esperaba que un golpe militar desplazara a Saddam, y entonces Washington tendría lo mejor de todos los mundos: una junta iraquí con puño de hierro sin Hussein."

La situación derivó nuevamente en guerra cuando Hussein decidió ignorar a las petroleras anglonorteamericanas a medida que Irak retornaba al mercado internacional del petróleo.

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