Por Andreas Faber-Kaiser
Una ciudad bajo la pirámide. Descendiendo hacia el Sur, recogí en 1977, en México, la creencia de que bajo la pirámide del Sol en Teotihuacán (la ciudad de los dioses ), se esconde por el lado opuesto de la corteza terrestre —o sea en el interior del subsuelo— una ciudad en la cual se afirma que se halla el dios blanco.
400 edificios vírgenes. Si de aquí nos trasladamos a la península del Yucatán, hallaremos en su extremo norte, oculta en la espesura de la selva, una ciudad descubierta en 1941 que se extiende sobre un área de 48 km2, y que guarda en el silencio del olvido más de 400 edificios que en alguna época remota conocieron esplendor.
Fue hallada por un grupo de muchachos que, jugando en las inmediaciones de una laguna en la que solían bañarse, se toparon con un muro de piedras trabajadas, oculto por la vegetación. No teniendo los mexicanos recursos suficientes para acometer la exploración del lugar, requirieron ayuda norteamericana, acudiendo dos arqueólogos especializados en cultura maya, adscritos al Middle American Research Institute de la Universidad de New Orleans. También ellos determinaron que el proyecto de limpieza y estudio de la enorme ciudad sobrepasaba sus posibilidades, por lo que habría que crear una asociación con otras entidades.
La guerra logró que el proyecto fuera archivado. Hasta que, en 1956, la Universidad de New Orleans, asociada esta vez con la National Geographic Society y con el Instituto Nacional de Antropología de México reemprendió las investigaciones. Andrews, el arqueólogo que dirigía la expedición, se dedicó —mientras el equipo de trabajadores comenzaba la desobstrucción de las edificaciones— a recoger informaciones entre los indios de la región. Un chamán le hizo saber que la ciudad se llamaba Dzibilchaltún, palabra que era desconocida en el idioma maya local, y que la laguna era llamada Xlacah, cuya traducción sería ciudad vieja.
La ciudad engullida. Queriendo averiguar el motivo de este nombre, le fue narrada al arqueólogo norteamericano una leyenda transmitida por los indios de generación en generación, y que afirmaba que, en el fondo de la laguna, existía una parte de la ciudad que se alzaba arriba, en la jungla.
De acuerdo con la narración, muchos siglos antes había en la ciudad de Dzibilchaltún un gran palacio, residencia del cacique. Cierta tarde llegó al lugar un anciano desconocido que le solicitó hospedaje al gobernante. Si bien demostraba una evidente mala voluntad, ordenó sin embargo a sus esclavos que preparasen un aposento para el viajero.
Mientras tanto, el anciano abrió su bolsa de viaje y de ella extrajo una enorme piedra preciosa de color verde, que entregó al soberano como prueba de gratitud. Sorprendido con el inesperado presente, el cacique interrogó al huésped acerca del lugar del que procedía la piedra. Como el anciano rehusaba responder, su anfitrión le preguntó si llevaba en la bolsa otras piedras preciosas. Y dado que el interrogado continuó manteniéndose en silencio, el soberano ordenó a sus servidores que ejecutasen al extranjero.
Después del crimen, que violaba las normas sagradas del hospedaje, el cacique revisó la bolsa de su víctima, suponiendo que encontraría. Más, solamente halló unas ropas viejas y una piedra negra sin atractivo. Lleno de rabia, el soberano arrojó la piedra fuera del palacio. En cuanto cayó a tierra, se originó una formidable explosión, e inmediatamente la tierra se abrió engullendo el edificio, que desapareció bajo las aguas del pozo, surgido éste en el punto exacto en el que cayó la piedra.
El cacique, sus servidores y su familia fueron a parar al fondo de la laguna, y nunca más fueron vistos. Hasta aquí la leyenda. Pero continuemos con estas ruinas del Yucatán septentrional. La expedición acabó por desobstruir una pirámide que albergaba ídolos diferentes de las representaciones habituales de las divinidades mayas. Otro edificio cercano se revelaría como mucho más importante. Se trataba de una construcción que difería de los estilos tradicionales mayas, ofreciendo características arquitectónicas jamás vistas en las ciudades mayas conocidas.
En el interior del templo —adornado con representaciones de animales marinos— Andrews descubrió un santuario secreto, tapiado con una pared, en el que se encontraba un altar con siete ídolos que representaban a seres deformes, híbridos entre peces y hombres. Seres similares a aquellos que en tiempos remotos revelaron inconcebibles conocimientos astronómicos a los dogones, en el África central, y a aquellos otros que nos refieren las tradiciones asirias cuando hablan de su divinidad Oannes.
En 1961, Andrews regresó a Dzibilchaltún, acompañado de dos experimentados submarinistas, que debían completar la tentativa de inmersión efectuada en 1956 por David Conkle y W. Robbinet, que alcanzaron una profundidad de 45 metros, a la cual desistieron en su empeño debido a la total falta de luz reinante.
En esta segunda tentativa, los submarinistas fueron el arqueólogo Marden, famoso por haber hallado en 1956 los restos de la H.M.S Bounty, la nave del gran motín, y B. Littlehales. Después de los primeros sondeos, vieron claro que la laguna se desarrollaba en una forma parecida a una bota, prosiguiendo bajo tierra hasta un punto que a los arqueólogos submarinistas les fue imposible determinar. Al llegar al fondo de la vertical, advirtieron que existía allí un declive bastante pronunciado, que se encaminaba hacia el tramo subterráneo del pozo. Y allí se encontraron con varios restos de columnas labradas y con restos de otras construcciones. Con lo cual parecía confirmarse que la leyenda del palacio sumergido se fundamentaba en un suceso real.
Este enclave del Yucatán presenta certeras similitudes con las ruinas de Nan Matol, la ciudad muerta del océano Pacifico del que afirman proceder los indios americanos. También allí se conserva una enigmática ciudad abandonada y devorada por la jungla, a cuyos pies, en las profundidades del mar, los submarinistas descubrieron columnas y construcciones engullidas por el agua.
Una ciudad bajo la pirámide. Descendiendo hacia el Sur, recogí en 1977, en México, la creencia de que bajo la pirámide del Sol en Teotihuacán (la ciudad de los dioses ), se esconde por el lado opuesto de la corteza terrestre —o sea en el interior del subsuelo— una ciudad en la cual se afirma que se halla el dios blanco.
400 edificios vírgenes. Si de aquí nos trasladamos a la península del Yucatán, hallaremos en su extremo norte, oculta en la espesura de la selva, una ciudad descubierta en 1941 que se extiende sobre un área de 48 km2, y que guarda en el silencio del olvido más de 400 edificios que en alguna época remota conocieron esplendor.
Fue hallada por un grupo de muchachos que, jugando en las inmediaciones de una laguna en la que solían bañarse, se toparon con un muro de piedras trabajadas, oculto por la vegetación. No teniendo los mexicanos recursos suficientes para acometer la exploración del lugar, requirieron ayuda norteamericana, acudiendo dos arqueólogos especializados en cultura maya, adscritos al Middle American Research Institute de la Universidad de New Orleans. También ellos determinaron que el proyecto de limpieza y estudio de la enorme ciudad sobrepasaba sus posibilidades, por lo que habría que crear una asociación con otras entidades.
La guerra logró que el proyecto fuera archivado. Hasta que, en 1956, la Universidad de New Orleans, asociada esta vez con la National Geographic Society y con el Instituto Nacional de Antropología de México reemprendió las investigaciones. Andrews, el arqueólogo que dirigía la expedición, se dedicó —mientras el equipo de trabajadores comenzaba la desobstrucción de las edificaciones— a recoger informaciones entre los indios de la región. Un chamán le hizo saber que la ciudad se llamaba Dzibilchaltún, palabra que era desconocida en el idioma maya local, y que la laguna era llamada Xlacah, cuya traducción sería ciudad vieja.
La ciudad engullida. Queriendo averiguar el motivo de este nombre, le fue narrada al arqueólogo norteamericano una leyenda transmitida por los indios de generación en generación, y que afirmaba que, en el fondo de la laguna, existía una parte de la ciudad que se alzaba arriba, en la jungla.
De acuerdo con la narración, muchos siglos antes había en la ciudad de Dzibilchaltún un gran palacio, residencia del cacique. Cierta tarde llegó al lugar un anciano desconocido que le solicitó hospedaje al gobernante. Si bien demostraba una evidente mala voluntad, ordenó sin embargo a sus esclavos que preparasen un aposento para el viajero.
Mientras tanto, el anciano abrió su bolsa de viaje y de ella extrajo una enorme piedra preciosa de color verde, que entregó al soberano como prueba de gratitud. Sorprendido con el inesperado presente, el cacique interrogó al huésped acerca del lugar del que procedía la piedra. Como el anciano rehusaba responder, su anfitrión le preguntó si llevaba en la bolsa otras piedras preciosas. Y dado que el interrogado continuó manteniéndose en silencio, el soberano ordenó a sus servidores que ejecutasen al extranjero.
Después del crimen, que violaba las normas sagradas del hospedaje, el cacique revisó la bolsa de su víctima, suponiendo que encontraría. Más, solamente halló unas ropas viejas y una piedra negra sin atractivo. Lleno de rabia, el soberano arrojó la piedra fuera del palacio. En cuanto cayó a tierra, se originó una formidable explosión, e inmediatamente la tierra se abrió engullendo el edificio, que desapareció bajo las aguas del pozo, surgido éste en el punto exacto en el que cayó la piedra.
El cacique, sus servidores y su familia fueron a parar al fondo de la laguna, y nunca más fueron vistos. Hasta aquí la leyenda. Pero continuemos con estas ruinas del Yucatán septentrional. La expedición acabó por desobstruir una pirámide que albergaba ídolos diferentes de las representaciones habituales de las divinidades mayas. Otro edificio cercano se revelaría como mucho más importante. Se trataba de una construcción que difería de los estilos tradicionales mayas, ofreciendo características arquitectónicas jamás vistas en las ciudades mayas conocidas.
En el interior del templo —adornado con representaciones de animales marinos— Andrews descubrió un santuario secreto, tapiado con una pared, en el que se encontraba un altar con siete ídolos que representaban a seres deformes, híbridos entre peces y hombres. Seres similares a aquellos que en tiempos remotos revelaron inconcebibles conocimientos astronómicos a los dogones, en el África central, y a aquellos otros que nos refieren las tradiciones asirias cuando hablan de su divinidad Oannes.
En 1961, Andrews regresó a Dzibilchaltún, acompañado de dos experimentados submarinistas, que debían completar la tentativa de inmersión efectuada en 1956 por David Conkle y W. Robbinet, que alcanzaron una profundidad de 45 metros, a la cual desistieron en su empeño debido a la total falta de luz reinante.
En esta segunda tentativa, los submarinistas fueron el arqueólogo Marden, famoso por haber hallado en 1956 los restos de la H.M.S Bounty, la nave del gran motín, y B. Littlehales. Después de los primeros sondeos, vieron claro que la laguna se desarrollaba en una forma parecida a una bota, prosiguiendo bajo tierra hasta un punto que a los arqueólogos submarinistas les fue imposible determinar. Al llegar al fondo de la vertical, advirtieron que existía allí un declive bastante pronunciado, que se encaminaba hacia el tramo subterráneo del pozo. Y allí se encontraron con varios restos de columnas labradas y con restos de otras construcciones. Con lo cual parecía confirmarse que la leyenda del palacio sumergido se fundamentaba en un suceso real.
Este enclave del Yucatán presenta certeras similitudes con las ruinas de Nan Matol, la ciudad muerta del océano Pacifico del que afirman proceder los indios americanos. También allí se conserva una enigmática ciudad abandonada y devorada por la jungla, a cuyos pies, en las profundidades del mar, los submarinistas descubrieron columnas y construcciones engullidas por el agua.
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