martes, 12 de octubre de 2010

ECOFASCISMO (2)


A propósito del libro de Julio Orduna, la socióloga Maristella Svampa desarrolló un artículo para entender el concepto de EcoFascismo.
Orduna se encarga de cuestionar el accionar de organizaciones como WWF o Conservation International, mostrando cómo combinan la excesiva compasión por la naturaleza y el absoluto desprecio por las poblaciones de los países dependientes.
Svampa intenta profundizar aún más y establecer las diferentes corrientes ecológicas, que pueden resumirse en tres vertientes:
-El culto a la vida silvestre.
-El credo eco-eficientista.
-El movimiento de justicia ambiental.

El Culto a la Vida Silvestre se preocupa por la preservación de la naturaleza silvestre. Es indiferente u opuesta al crecimiento económico, valora negativamente el crecimiento poblacional y busca respaldo científico en la biología de la conservación. De ahí que su accionar se encamine a crear reservas y parques naturales en aquellos lugares donde existen especies amenazadas o sitios caracterizados por la biodiversidad. Grandes internacionales conservacionistas, muchas veces poco respetuosas de las poblaciones nativas, se instalan en este registro biocéntrico.
Su expresión más extrema es "ecología profunda", ilustrada por el millonario Douglas Tompkins, quien compró enormes extensiones de tierra en la Patagonia y los Esteros del Iberá, y sueña con crear un paraíso privado, despojado de fronteras nacionales y seres humanos.


El Credo Eco-eficientista postula el eficiente uso de los recursos naturales y el control de la contaminación. Sus conceptos clave son "modernización ecológica", "desarrollo sustentable" y, de manera más reciente, "industrias limpias", "responsabilidad social empresarial" y "gobernanza".
En la base de esta visión subyace la idea de "modernización ecológica", la cual camina sobre dos piernas: una económica, eco-impuestos y mercados de permisos de emisiones; otra tecnológica, con apoyo a los cambios que lleven al ahorro de energía y materiales.
Científicamente, esta corriente descansa en la economía ambiental (lograr precios correctos a través de internalizar las externalidades) y en la Ecología Industrial.
Así, la ecología se convierte en una ciencia gerencial para limpiar o remediar la degradación causada por la industrialización. En parte, los males producidos por la tecnología se resolverían a partir de la aplicación de mayor tecnología.
Esta concepción tiene dos ideas claves: desarrollo sustentable y responsabilidad social empresarial.
El primero, desarrollado en los ´80, fue introducido en la agenda global a partir de la publicación de "Nuestro futuro en común" que subraya la preocupación por el cuidado del medio-ambiente y la búsqueda de un estilo de desarrollo que no comprometa el porvenir de las futuras generaciones.
El tiempo parece haber puesto en evidencia el fracaso de aquellas visiones que consideraban la posibilidad de un estilo de desarrollo sustentable, enfatizando el uso eficiente de las tecnologías.

Otro concepto es el de las responsabilidad social empresarial (RSE), que apunta a combinar la filantropía empresaria con una idea más general acerca de la responsabilidad de las empresas respecto del impacto social y ambiental que generan sus actividades. Este modelo fue propuesto por y para las grandes empresas que operan en contextos de gran diversidad, de fuerte competencia internacional y, sobre todo, de creciente exposición ante la opinión pública.
No es casual que muchas de las grandes empresas que integran el RSE sean responsables de daños ambientales, de explotación de trabajo infantil y subcontratación de trabajo esclavo, sobre todo en las regiones periféricas donde los marcos regulatorios son siempre más permisivos que en los países industrializados.
A través de la llamada RSE, las empresas suelen ampliar su esfera de acción y tienden a convertirse en agentes de socialización directa, a través de la acción social, educativa y comunitaria. En Argentina, el caso de la minera La Alumbrera (actualmente procesada por la justicia tucumana por "graves daños ambientales") constituye un ejemplo: la empresa pretende asumir un rol socializador, apuntando a un control total de la producción y reproducción de la vida de la población. Tampoco hay que olvidar que las empresas, mediante el RSE, se orientan a desarrollar un vínculo con Universidades privadas y públicas para legitimar el nuevo modelo de desarrollo.
En resumen, el Eco-eficientismo propone plantear debates que luego elude, en nombre de la visión tecnocrática: suele actuar con pragmatismo, ignorando el reclamo de la ciudadanía y fundiéndose con los poderosos intereses económicos en juego.


La tercera posición es la que representa el movimiento de justicia amibental (o ecología popular). Es una corriente que crece en importancia y coloca el acento en los conflictos ambientales, que en diversos niveles (local, nacional, global), son causados por la reproducción globalizada del capital, la nueva división internacional y territorial del trabajo y la desigualdad social. Se subraya también el desplazamiento geográfico de las fuentes de recursos y de los desechos.
La demanda cada vez más mayor de los países desarrollados a los países dependientes ha conllevado una peligrosa expansión de las fronteras: del petróleo, del gas, de la minería, de las plantaciones celulósicas, de la soja transgénica. Una expansión que genera transformaciones mayores, reorientando completamente la economía de pueblos enteros y amenazando en el mediano plazo, la sustentabilidad ecológica.
Allí donde hay una mediana o pequeña burguesía arraigada al territorio y a la producción local, la resistencia al gran capital internacional dedicado a la extracción resulta ser más efectiva que en regiones muy sumergidas o ya colonizadas o devastadas social y ambientalmente.
No es casualidad que en este escenario se hayan potenciado las luchas ancestrales por la tierra, de la mano de los movimientos indígenas y campesinos, al tiempo que han surgido nuevas formas de movilización y participación ciudadana, centradas en la defensa de los recursos naturales (bienes comunes), la biodiversidad y el medio ambiente; todo lo cual va diseñando una nueva cartografía de la resistencia, tanto rural como urbana.
Dichas movilizaciones se instalan en un campo de difícil disputa, pues deben enfrentar la acción de grandes empresas trasnacionales, favorecidas por la normativa local existente y confrontar con las políticas y orientaciones generales de los gobiernos, quienes consideran que en la actual coyuntura internacional estas actividades y megaemprendimientos constituyen la vía más rápida (sino la única en estas regiones) hacia un progreso y desarrollo, siempre trunco y tantas veces postergado en estas latitudes.
Convengamos que, en este punto, mucho se ha dicho acerca de las dificultades que una parte de los movimientos sociales actuales tienen para involucrarse en la compleja dinámica de la construcción del Estado, pero muy poco acerca de la ilusión desarrollista que hoy parece caracterizar a varios gobiernos regionales, y de las consecuencias que ello podría aparejar en términos de reconfiguración de la sociedad y consolidación de las asimetrías. Así, la agenda de los conflictos socio-ambientales es amplia y requiere antes que nada un debate de las nuevas formas que asume el pensamiento hegemónico, a través de categorías pseudo progresistas (como responsabilidad social empresarial), así como traer una discusión sobre las complejas dimensiones y múltiples niveles que hoy recubren el término desarrollo.

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