jueves, 14 de octubre de 2010

LOS RESORTES SIMBÓLICOS


Por Ángel Mosquito
A lo largo de un año y medio, todos los sábados observé cómo el señor Maximiliano Aguirre (autodenominado Max) le contaba al mundo sus más profundas miserias, secretos inconfensables, amores, odios, diarios de viaje, fantasías, recuerdos y sesiones con su psicoanalista, gordo, todo enmarcado en "Los resortes simbólicos".
Lo que empezó como un juego, un ejercicio de producción en una de estas modernidades llamadas blog, se transformó, a mi modo de ver, en la conformación de un estilo rotundo y eficiente para contar historias. Pasando del lápiz trabajado, producto de años de ilustrador, y llegando a la maravilla actual de tinta suelta y colores planos y pocos (dos, nomás), Max se fue descubriendo a sí mismo como un historietista conciso y eficiente en la materia.
Pero antes de que esto se transforme en un prólogo zalamero, quiero decir algunas verdades: desde "La isla", tal el nombre que tiene su monoambiente de Almagro, el narigón de Isidro Casanova le hizo creer a sus miles de fanázticas que es un muchacho soñador, que toca la guitarra, sensible a los vaivenes del otoño y a la música jazz. Bueno, señoritas; todo esto es mentira.
Max tiene un jeep del año ´60, toma mucho vino, anda con campera de cuero y anteojos negros atemorizantes. Es oriundo de La Matanza (distrito bravo), fuma demasiados cigarrillos negros, es flaco como una escoba y su pasado peronista le quita toda sensibilidad. Su auto-exilio en la Capital y sus nuevos gustos refinados no han podido atenuar al hombre del conurbano que hay en él, y que podemos leer entre las líneas de sus historietas.
Lo de la guitarra es un cuento, el hombre canta tangos, y supo cagar a piñas a más de un avivado.
El Max tristón de algunas de las páginas de "Resortes simbólicos" está lejos del tipo que tiene la risa más fácil que conozco, que hace chistes malos (y buenos) o que explota en bronca ante la fruta de la ética y la hipocresía que ostenta más de un hijo de puta que suele tener el gremio que ambos frecuentamos.
Pero muchacho (o muchacho, claro) tampoco quiero venderle un engañ: "Los resortes simbólicos" son historietas reales. Algo de lo que cuenta tiene que ser verdad. Lo que me lleva a concluir que Max es un típico muchachón argentino, capaz de sentarte de una trompa y, acto seguido, tocarte un blues de esos que sólo él conoce, en su guitarra de bohemio empedernido.
El contenido del libro es de una calidad extraordinaria. De una poética difícil de encontrar entre sus contemporáneos. Y no lo digo porque sea su amigo personal, sino porque es de una calidad extraordinaria.

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