Si un gobierno quisiera resolver rápidamente el problema del desempleo, la pobreza y la recesión en Argentina, bastaría con implementar las medidas para obtener una recaudación adicional en el impuesto a las ganancias y a la riqueza de los sectores que concentran el ingreso, equivalente al menos al 10% del PBI, y con esos fondos que significan 30.000 millones de pesos, bastaría para financiar el crecimiento y la generación de empleo genuino. Si simultáneamente se impulsara la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, la distribución del ingreso se iría haciendo más equitativa.
Pero para llevar adelante estas mínimas transformaciones, entre las muchas que se deben hacer, se necesitará el poder político. Y eso es lo que el sistema se resistirá a entregar mediante todos los engaños posibles.
Están los viejos engaños de los políticos tradicionales, que no por viejos dejan de ser efectivos. También están los engaños de los “nuevos políticos”, generalmente “arrepentidos” que vienen de algún partido tradicional disfrazados de renovadores y luego terminan bajando la cabeza ante el poder económico o salen huyendo abandonando sus funciones. Está el engaño de los formadores de opinión que incitan a la abstención en toda participación política, como un modo de canalizar la rebeldía hacia los políticos, con lo cual logran desviar la atención y mantener en el poder a los mismos de siempre. Están los que sostienen que no hay que tomar el poder sino influir desde afuera o desde la oposición, actitud que oscila entre la cándida ingenuidad y la resignación de la impotencia. Y está el engaño de los que proponen formas de lucha que vayan subiendo el voltaje, para en algún momento suponer que están dadas las condiciones para la revolución armada, para que finalmente algunos pocos sean la carne de cañón de una revuelta frustrada.
Todos estos engaños son funcionales al sistema.
Nada será fácil para los argentinos, ya que debemos ser capaces de descubrir todas las trampas para luego organizarnos en torno a un proyecto coherente, y a partir de allí hacernos fuertes ante las arremetidas de los poderosos.
Nada será fácil, pero será posible. Nos lo debemos a nosotros mismos, a las futuras generaciones, y a un mundo que está esperando un ejemplo digno de imitar.
Pero para llevar adelante estas mínimas transformaciones, entre las muchas que se deben hacer, se necesitará el poder político. Y eso es lo que el sistema se resistirá a entregar mediante todos los engaños posibles.
Están los viejos engaños de los políticos tradicionales, que no por viejos dejan de ser efectivos. También están los engaños de los “nuevos políticos”, generalmente “arrepentidos” que vienen de algún partido tradicional disfrazados de renovadores y luego terminan bajando la cabeza ante el poder económico o salen huyendo abandonando sus funciones. Está el engaño de los formadores de opinión que incitan a la abstención en toda participación política, como un modo de canalizar la rebeldía hacia los políticos, con lo cual logran desviar la atención y mantener en el poder a los mismos de siempre. Están los que sostienen que no hay que tomar el poder sino influir desde afuera o desde la oposición, actitud que oscila entre la cándida ingenuidad y la resignación de la impotencia. Y está el engaño de los que proponen formas de lucha que vayan subiendo el voltaje, para en algún momento suponer que están dadas las condiciones para la revolución armada, para que finalmente algunos pocos sean la carne de cañón de una revuelta frustrada.
Todos estos engaños son funcionales al sistema.
Nada será fácil para los argentinos, ya que debemos ser capaces de descubrir todas las trampas para luego organizarnos en torno a un proyecto coherente, y a partir de allí hacernos fuertes ante las arremetidas de los poderosos.
Nada será fácil, pero será posible. Nos lo debemos a nosotros mismos, a las futuras generaciones, y a un mundo que está esperando un ejemplo digno de imitar.
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