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En demasiadas ocasiones, el valor de la educación se pierde por falta de concreción. Se nos va el tiempo en palabrería disfrazada de terminología técnica, en el insufrible valor de las estadísticas, en inamovibles programaciones. Y se olvida la base: la motivación. En un momento clave de la excelente película británica An education, primer trabajo de encargo de la danesa Lone Scherfig, su protagonista, una brillante chica de último año de instituto, le espeta a la directora del colegio algo parecido a esto: "¡Se les ha olvidado enseñarnos por qué nos enseñan!".
Sin necesidad de verbalizarlo en momento alguno, An education, ambientada en el Reino Unido de los años sesenta, evalúa los dos ámbitos por los que una persona puede adquirir conocimientos. El primero, el proveniente de la escuela y de la familia, no siempre convergentes. El segundo, el que se aprende en la calle, con la experiencia, viviendo la vida, que para eso está. ¿De qué se aprende más: del temario obligatorio de la escuela o de un viaje a París en buena compañía, de una lección de solfeo o de un concierto de música clásica en vivo, de una clase de economía o de una experiencia al borde de la defraudación fiscal, de una charla sobre sexualidad o de un buena (o mala) revolcada?
Con un elegantísimo trabajo de puesta en escena por parte de la directora de Italiano para principiantes, la película revela a una narradora en todo momento poderosa, ya fuera con los métodos del voto de castidad de Lars von Trier en el Movimiento Dogma, ya sea a través de una gran producción de corte clásico como ésta.
Finísima y sutil como cualquier episodio de la soberbia serie de televisión Mad men, con la que comparte sofisticación, calidad y reflexión sobre el papel de la mujer en el hogar y, más allá, en un improbable trabajo fuera de las tareas de la casa, An education puede desconcertar a una parte del público por las veladas intenciones de esa especie de pigmalión que dobla en edad a la joven, y que acaba ejerciendo de mentor, compañero, amante, hermano mayor y profesor de la existencia (una brillante interpreación de Peter Sarsgaard).
Cabe destacar que gran parte del encanto del film se deben al asombroso magnetismo de su joven protagonista, Carey Mulligan.
En una frase aparentemente intrascendente de la chica, citada sin ninguna alharaca, puede estar la respuesta a tan vaporoso personaje: "No sé por qué tantos libros y canciones sobre un mito que apenas dura un momento". Los dictámenes, muchas veces, sólo están en la vida misma.
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