Por Francisco Ortega
La prueba concreta de la existencia de vida extraterrestre la tuvimos una noche de invierno de inicios de los 60, cuando una nevada de copos brillantes se dejó caer sobre Buenos Aires. Cuatro amigos se encontraban en la casa que Juan Salvo ocupaba, junto a su mujer y a su hija, en el barrio porteño de Vicente López. Jugaban al truco y escuchaban radio, pero vino la noche y con la noche la nieve; nieve que no era nieve y con ella la muerte. La gente comenzó a morir y los pocos supervivientes se vieron de pie ante la espantosa realidad de que el mundo había sido tomado por seres de otras esferas. Todo se había acabado. O todo recién comenzaba. Salvo y sus amigos se unieron en una improvisada resistencia que finalmente logró una victoria momentánea sobre los invasores, pero el precio que pagaron fue demasiado alto. Todo no había sido más que una enorme trampa, los aliados del héroe fueron convertidos en zombies-robots y su mujer y su hija se perdieron en el continuo del espacio y el temporal, obligando a Juan Salvo a robar una nave y partir en su búsqueda, sólo para acabar perdido entre los pliegues de la continuidad, condenado a ser un viajero de la eternidad, un Eternauta…
Macabra sincronía, El Eternauta parte con un “metacómic” donde Héctor Germán Oesterheld, su guionista y creador, aparece (dibujado por Francisco Solano López) en su escritorio, con las ventanas abierta de su casa, buscando inspiración para crear una de las tantas “tiras cómicas” que publicaba en la revista Hora Cero Semanal. Entonces, de la nada, siente un ruido, ve un resplandor y se le aparece Juan Salvo, quien le cuenta la historia que el narraría más tarde, como un modo de advertir al planeta acerca de la inminente invasión. Invasión que finalmente llegó. Claro, no del espacio exterior sino de mucho más cerca.
Veinte años después de que Oesterheld relatara su historia de supervivencia ante el dominio de un enemigo más fuerte, él mismo fue incapaz de sobrevivir. Los atacantes no tenían armas de rayos ni venían en platillos volantes; vestían de uniforme, usaban cascos y pensaban que su ideal de lo correcto y el orden se imponía a la fuerza: las “botas locas” de la canción de Charlie. Imitando a su Juan Salvo, Oesterheld y su hijas se unieron a la resistencia, y como en el cómic también “ellos” se encargaron primero de las niñas y sus respectivas familias y luego del padre. El 25 de abril de 1977, Héctor Germán Oesterheld se esfumó del mundo, no en un ovni, sino en un furgón de la patrulla militar de La Plata. ¿Dónde estas Oesterheld? escribieron cientos de viñetas a lo largo del mundo, ninguna tuvo respuesta.
Juan Salvo se esfumó en el tiempo buscando a su mujer y a su hija, Oesterheld siguiendo el destino de sus hijas y nietos. Dios a veces es el más cruel de los guionistas, en las páginas de El Eternauta se nos describe el genocidio de una raza, lo de su autor fue el genocidio de una familia, su propia familia. Y en esa perspectiva cualquier lectura posterior de esta obra cobra el mayor de los sentidos, no es una historieta de ciencia ficción, sino una visión profética del destino de Latinoamérica. En 1969, cuando Oesterheld rehizo su obra maestra, esta vez con lápices de Alberto Breccia, dio a Favalli, uno de los personajes del libro, el rostro de un político chileno que había visto en un diario: Salvador Allende. No es difícil imaginar cual fue el destino de Favalli.
Resulta curioso que cuando se cumplen 33 años de la desaparición de Oesterheld y su familia, se estrene en cines locales la adaptación a la pantalla grande de Thor y dos días después se presente en librerías el anunciado regreso del Dr. Mortis, todo en un marco que adelanta la celebración de una primera ComicCon en nuestro país. La historieta está de moda, es un producto deseado por las editoriales, inspira cátedras universitarias, aparece en las páginas culturales de los diarios e incluso en notas de prensa en la televisión. Nada es gratis, ocho de las diez películas más rentables de la historia están basadas en personajes de cómics y ya se anuncia una avalancha de más héroes de colores bajo la bendición de Hollywood. Hay lucas dando vueltas y no pocas.
Hoy, junto a los videojuegos, las viñetas constituyen con ventaja la industria narrativa más rentable –más que nada por las licencias que genera-, por encima de la literatura e incluso del cine; pero el cómic es harto más que luminarias y dólares, es un manera de contar historias y también de recontar LA HISTORIA. Ya está en librerías locales la recopilación de la “tira cómica” 36/39 de Carlos Giménez, descarnado retrato de la guerra civil española a través de los ojos de un par de niños, por lejos una de las historietas más bellas y tristes que he leído. Cuando supe que estaba disponible corrí por un ejemplar. Lo terminé minutos antes de iniciar esta columna y aún me tiembla el cuerpo. 36/39 es una crónica precisa y perfecta del dolor humano, pero también un retrato de gentes, de niños que se levantaron y crearon un nuevo país de esas cenizas. Quizás la gran “polaroid” del lado humano, simple y anónimo de la dictadura chilena no debamos esperarla ni en películas, ni en series o documentales de TV, ni menos en novelas; las viñetas y los globos de texto funcionan mejor y realmente son para todo espectador.
Si le gusta el cómic corra a ver Thor, es una buena película, busque Mortis: Eterno Retorno en librerías, pero también dese tiempo y descubra a los eternautas y otros dramas viñeteados que han sabido retratar la historia de nuestros pueblos; en ocasiones con la fidelidad de un día a día, otras bajo el disfraz de una invasión de otro mundo…
La prueba concreta de la existencia de vida extraterrestre la tuvimos una noche de invierno de inicios de los 60, cuando una nevada de copos brillantes se dejó caer sobre Buenos Aires. Y también nevó en Santiago. Y acá también vino Juan Salvo buscando a su familia. Y se encontró con un niño pelirrojo llamado Mampato que también podía viajar por el tiempo, quien se comprometió a ayudarlo en su misión. Aun andan por ahí, perdidos en el contínum. Y Ogú, por supuesto, anda con ellos.
¿Dónde estas Oesterheld? Allí, en ese lugar donde finalmente te encontraremos.
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