miércoles, 4 de mayo de 2011

OESTERHELD, por Juan Sasturain


A través de una recopilación de artículos periodísticos surgidos en los últimos 30 años sobre el autor de “El Eternauta”, Sasturain propone una relectura en la intersección de la imaginería y el compromiso del genial escritor.

-¿Lamentás el no haberlo conocido personalmente? ¿Cuánto tuvo que ver en tu vida, en tu escritura?
-Lamento –ahora- no haberlo conocido ni tratado. Pero es una constante en mí: la dificultad (o la estrategia o la limitación) para acercarme en términos personales a quienes o con quienes puedo involucrarme excesivamente. Cierto temor a la cercanía por lo que significa cierta posibilidad de una intimidad recíproca. El temor a no poder responder, digamos… Pero ésas son cuestiones de diván o confesionario que no tienen por qué interesarle a nadie.
En cuanto a vida y escritura, Oesterheld me marcó de chico, definitivamente. Y aparece después en distintos momentos. Fue así: yo vivía en el interior y leía cualquier tipo de historietas de aventuras (y no libros), como todos los pibes de los años cincuenta en edad de primaria; y quería ser dibujante. A los doce (y hasta los quince) descubrí sus revistas clave, “Frontera” y “Hora Cero”, y sus personajes, hechos con los dibujantes que admirábamos: Pratt, Solano, Roume, Del Castillo, Pavone, Breccia después.



-Descubrir a Osterheld era sumergirse en su imaginario.
-Claro, ahí dejé (dejamos) de leer todas las otras revistas y nos quedamos con ésas, que eran diferentes, por las historias realistas, más adultas, y por el dibujo de calidad. Ésos fueron los relatos, las primeras historias y personajes que me marcaron como lector. La literatura, la ficción literaria (cuentos y novelas, sobre todo argentinos) vendría inmediatamente después, y coparía mi interés. Así, regalé todas mis historietas cuando a los dieciocho me vine a Buenos Aires a estudiar Letras. Recuperé a Oesterheld y a aquella experiencia sólo diez años después, a principios de los setenta, en la facultad y como docente, al reivindicar y comenzar a estudiar las formas de la literatura popular y los llamados “géneros marginales”. Ahí empiezo a releer historietas, a enseñar sobre esos temas y su obra, mientras en las revistas de Ediciones Récord comienzan a reeditarlo y sale “El Eternauta” en un tomo. Ahí lo leen las nuevas generaciones.


-Luego viene la dictadura y su secuestro a un año del golpe.
-Durante la dictadura, doy cursos y seminarios y al publicar una primera nota sobre él en “Clarín” (1978) me entero –por su mujer, a la que no conocía- de su desaparición. Aparte, el primer poema que publico por entonces es “Carta al Sargento Kira”, donde está todo… El paso siguiente, ya en los ochenta, es hacer yo mismo revistas de historietas (“SuperHum®” y “Fierro”) y ahí aparece Oesterheld todo el tiempo. Finalmente, cuando comienzo a publicar, a los cuarenta años, mis propias ficciones (novelas y cuentos), Oesterheld es una referencia temática constante, sobre todo por la recurrencia del tema de la aventura, la frecuentación de los géneros, el uso de la circunstancia argentina como materia aventurable. Lo mismo cabe para mi experiencia de guionista (debut y prácticamente despedida) con “Perramus”, dibujado por Breccia, durante toda la década del ochenta: mi referencia –además de Borges y de tantas cosas más- es él.

-¿Acaso el guionista de historietas desplazó al escritor? Vos hablás de Oesterhedl como un “extraordinario narrador”…
-Oesterheld es un extraordinario narrador, gran inventor de historias y creador de personajes. Tenía formación científica y una primera vocación de autor de cuentos para chicos que nunca abandonó. Hasta que a los treinta años descubrió la historieta y encontró su lugar y su medio de expresión privilegiado: produjo (escribió) guiones de historietas durante los siguientes veinticinco años. Dejó muy pocos relatos puros -no pensados para la secuencia gráfica- y es autor de sólo un puñado de excelentes cuentos, aunque novelizó con destreza una docena y media de sus primeras historietas de continuará, que se leen como lo que son: muy buenos relatos de género. Como los grandes guionistas de cine, Oesterheld es un notable narrador con una destreza específica para guionar imágenes que así, discriminada, no implica un juicio peyorativo de valor. Es decir: es un gran narrador que no publicó ni libro sin novelas. Y dejó el relato -en términos míticos- más importante de la narrativa argentina de la segunda mitad del siglo veinte.


-¿Crees que su obra construyó a un nuevo tipo de lector?
-Sus lectores iniciales crecieron con él, no los subestimó ni fue condescendiente. Dejó el medio –la historieta popular y masiva para un público en general poco calificado y considerado- en un lugar distinto (mejor) del que lo encontró. Demostró que con ese soporte narrativo se podían contar las mejores historias. En ese sentido, con el tiempo, ganó lectores y rompió prejuicios con respecto a las posibilidades expresivas del medio.

-¿Oesterheld inventó un oficio?
-No inventó el oficio de guionista en la Argentina, que tenía antecedentes, pero sí lo jerarquizó al asumirlo sin prejuicios ni subestimaciones, y con plena conciencia de la novedad, la originalidad de lo que estaba haciendo.

-¿Seguís sosteniendo que mucho del mito se apoya en una sola obra, “El Eternauta”?
-Pasa que la trascendencia de “El Eternauta” ha puesto en segundo plano, para el común de los lectores, una obra vastísima, monumental, despareja y dispersa que aún espera ser compilada. Tiene por lo menos una docena larga de series absolutamente memorables.
-En tus análisis sobre el tema, trazás un paralelismo entre Walsh y Oesterheld, ambos trabajando al margen del sistema literario…
-Oesterheld y Walsh tienen en común su modo de integrar la vocación literaria con el trabajo, siempre tratan de vivir de lo que escriben: con distintas prácticas, de la traducción al periodismo y la ficción, eligen los medios masivos, el lector real y concreto de las publicaciones periódicas, el kiosco como lugar de contacto con el lector. Eso los coloca de salida en una situación diferente de la mayoría de los escritores respecto del sistema literario de su época, ya que su práctica de la escritura no siempre termina en el libro y la biblioteca, que es el circuito habitual de reconocimiento. Son dos autores que, también, se releyeron con perspicacia y sinceridad: ejemplos, “Operación Masacre” y “El Eternauta”, que son obras de fines de los cincuenta releídas y resignificadas por sus propios autores en los años siguientes. No es casual entonces que después, en lo ideológico, agrandes rasgos también coincidieran.


-Vos señalás que a Oesterheld no lo matan por sus escritos sino por su militancia, ¿No es difícil disociar esas esferas? La represión fue también a las ideas y las de Oesterheld están expresadas en sus historias.
-Oesterheld escribió historietas largamente (durante veinte años) antes de la ulterior militancia revolucionaria, de algún modo tardía, de los setenta. Y siguió, hasta último momento, haciendo su trabajo profesional. Su producción con connotaciones explícitamente políticas e incluso partidarias –su versión de la Vida del Ché y de las luchas de liberación latinoamericanas para “El Descamisado”, “La guerra de los antartes” para “Noticias”, “El Eternauta II” y otras- comienza a fines de los sesenta y es sólo una parte del todo, convive con otro tipo de historietas “convencionales”, digamos, que hacía para medios como las revistas de Columba o Billiken. Lo notable es lo de los últimos y tenebrosos tiempos, víspéras de su desaparición en el 77: estaba clandestino y seguía enviando a Record los guiones de “El Eternauta II” que dibujaba (discutía) Solano. Y se publicaban y siguieron publicándose en Skorpio, de circulación normal en kioscos, pese a su transparente contendido revolucionario, incluso cuando él estaba desaparecido… Eso tiene que ver con algo más general: la condición “marginal” e “invisible” de la historieta (de las revistas de historietas, más precisamente, del soporte y de su público) tanto para al censura del régimen como para el stablishment cultural. No aparece en la foto… No la registraron los represores, no la registran los críticos que hacen (durante y después) el inventario de la narrativa durante la Dictadura… Quiero decir: es obvio que en toda su obra están en mayor o menos medida expresadas sus ideas, pero no lo desaparecieron por eso sino porque había puesto el cuerpo y no sólo las ideas o la máquina de escribir.


-¿Cuáles de sus personajes son tus preferidos y por qué? Alguna vez hablaste de Ernie Pike como el más logrado.
-Sí, “Ernie Pike”, inspirado en el yanqui Ernie Pyle, corresponsal de guerra histórico, es un convincente alter ego que encontró: hacía lo que él, trataba el tema de la muerte con la naturalidad que da la guerra, presentaba historias fuertes, “reales”, de alto contenido ético en situaciones límite. A mí me gustan mucho las parejas y “equipos” que formaba: el primer “Joe Zonda” (inversión de “Bull Rockett” con el repetido dúo rubio-morocho más el ayudante cómico) es una comedia aventurera excelente con héroe argentina y cabecita que todo lo aprendió por correspondencia. Lo mismo “Rolo”, con su barra de club porteño que termina luchando en Marte. Cuando el tono degeneraba en comedia excesiva, terminaba dejándola… Su mejor “grupo humano” fue el de “Sargento Kira”, porque se formó a lo largo de aventuras largas, que permitían ir conociendo los personajes, no estaba armado de antemano: “Kira”, “Maha”, el “Corto”, el “doctor Forbes”…

-¡Qué galería de personajes…!
-En “Ticonderoga”, también con Pratt, el grupo equivalente nunca tiene esa riqueza: “Ticon y Caleb” son muchachitos; “Numock” es un indio sabio, “Craig” un soldado. Lo intentó después con Ivo Pavone y el “Verdugo Ranch”, con quien hizo otra comedia efectiva, un pueblo del Oeste, “Hueso Clavado”. Después están las parejas desparejas, góticas, que hizo con Breccia: “Sherlock Time” y “Mort Zinder”… y los cowboys solitarios, el taciturno “Randall” de Del castillo y el casi festivo “Leonero Brent” de Moliterni… Y la pareja de “Lord Crack”, los desparejos comandos ingleses, el sargento “Oli” y el joven aristócrata inexperto, también derivada hacia la comedia. Pasó también que cuando se le empezaron a ir los dibujantes importantes, a partir del 59, la calidad se resintió. Pero en esa primera época la galería de personajes es increíble. Y no hablamos de los gauchos…


-También comparaste a Oesterheld con Stevenson, ¿los vincula la aventura?
-Tiene de Stevenson, que aprendimos a amar al leer (solos) “La Isla del Tesoro” y -ya acompañados por Borges- todo el resto: la elección sin pudores ni subestimación de un lector joven, el gusto por los géneros, la felicidad de la aventura y el aire libre, el aliento épico-ético, la poderosa y a la vez frágil humanidad, la muerte como posibilidad cierta, la incursión en dilemas morales, zonas oscuras. Los dos aventuraron, pudieron a su manera el cuerpo, quisieron vivir lo que habían escrito, estar a la altura de lo que imaginaban. Oesterheld se merecería un biógrafo como lo tuvo Stevenson: Chesterton.

-La aventura implica un riesgo. ¿Su puede decir que quien accede a una aventura es un tipo común enfrentado a la coyuntura, y que acepta ese desafío? ¿Podría ser ese el mensaje de Oesterheld, esa capacidad de cualquier mortal de transformarse en determinadas circunstancias?
-En Oesterheld la aventura es el resultado de la asunción, por parte de una persona “común”, de una situación límite que lo pone en circunstancias de elegir ser/hacer lo que cree o sueña o quedarse en el molde. Es esa decisión interior lo que lo convierte en héroe. Más allá del resultado final: no hay héroe anterior a la aventura. Y la aventura es una decisión ética, existencial. Una manera de vivir. La única que vale la pena, parece. Eso escribió, reiteradamente, y eso trató de vivir.


-¿La aventura implica, además de acción, la comprensión de un sentido de lo que trasciende y la aceptación de un destino?
-La aventura o Aventura (como le gustaba subrayar, con mayúscula) es, borgeanamente, la comprensión de un sentido –anagrama de destino, como se recuerda en “Perramus”- el saber finalmente para qué estamos, qué nos justifica acá.

-El tema paradójicamente remite a los inicios, a las palabras que eligió para designar sus revistas y que funcionan como el lugar de los bordes (“Frontera”) y la designación de la cuestión, el momento crucial (“Hora Cero”)...
-Exactamente. “Frontera”, con su logo criollo, un indio bombero parado en el anca de su caballo mitrando el horizonte con la lanza apoyada en la Pampa- es el lugar de la transición, del cambio, de la Otra Cosa que hay además de lo que hay. Es lo que se debe traspasar para que haya Aventura. Y “Hora Cero” es el momento específico y personal, la cita con sí mismo o con la Historia, cada vez y cada día renovado, el desafío puntual, el momento de la verdad.

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