miércoles, 4 de mayo de 2011

SÁBATO (1911 - 2011), por Estella Calloni


Buenos Aires, 30 de abril. En un día gris de otoño, durante la madrugada, falleció a los 99 años el escritor Ernesto Sábato, reconocido como uno de los máximos referentes de la literatura argentina y latinoamericana y como hombre que vivió soñando con un mundo mejor, más justo y sin guerras, aunque siempre estamos dando vueltas en ese camino, sin poder llegar, como decía.

La noticia se conoció desde temprano en la 37 Feria del Libro, donde este domingo le iban a hacer un homenaje al que estaba previsto asistirían miles de admiradores, y donde iba a estar representado por su hijo el cineasta Mario Sábato. Las autoridades de la feria decidieron mantener el homenaje, que se realizará después del entierro en un cementerio privado de la localidad bonaerense de Pilar.

Murió en su casa sencilla en Santos Lugares, localidad del sector popular de la provincia de Buenos Aires, al oeste de la capital argentina, donde vivía desde hace 60 años, y cómo el había pedido, sus restos fueron velados esta tarde, en un club de su barrio (Defensores de Santos Lugares), rodeado por vecinos, que desde la mañana comenzaron a dejar ramos de flores en las rejas y mensajes colgados en los árboles de su casa.

Hacía años que su salud estaba quebrantada, y desde 2008 había empeorado. Sólo recibía a familiares y amigos muy cercanos. Aunque aparecía como un hombre hosco, tenía un humor muy especial y rescataba la humildad como un refugio para la vida más digna.

También había pedido austeridad en su velatorio y que no enviaran arreglos florales o que, en todo caso, se reuniera ese dinero para una fundación que ayuda al hospital público para niños más importante de esta capital.

Sábato nació el 24 de junio de 1911 en Rojas, Provincia de Buenos Aires; luego vivió en La Plata, capital provincial, donde estudió física. Allí conoció a Matilde Kusminsky Richter, con quien se casó en 1936, y por la iglesia en 1990.

La muerte de su esposa en 1998 fue un golpe que no superó, como tampoco la de su hijo mayor Jorge Sábato, quien falleció en 1995 en un accidente automovilístico. En sus últimos años vivió con Elvira González Fraga, quien fue su asistente, y quien lo cuidó con dedicación en todo este tiempo. Sábato tuvo una vida muy buena, amó a su esposa Matilde y a sus hijos y siempre fue muy querido, dijo Elvira.

En 1938, Sábato obtuvo el doctorado en física en la Universidad Nacional de La Plata, y fue becado para ir a Francia, donde trabajó en el Laboratorio Curie, en París. En ese mismo año nació allí su primer hijo, y fue en la capital francesa donde se acercó al movimiento surrealista y a la obra de Óscar Domínguez, Benjamín Péret, Roberto Matta Echaurren y Esteban Francés, entre otros.

Sábato reconocía además la gran influencia sobre su vida y su obra que tuvo el dominicano Pedro Henríquez Ureña. En un fragmento de su libro Antes del fin, publicado en 1999, dice: Se me cierra la garganta al recordar la mañana en que vi entrar a ese hombre silencioso, aristócrata en cada uno de sus gestos, que con palabra mesurada imponía una secreta autoridad: Pedro Henríquez Ureña. Aquel ser superior tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento de los mediocres, al punto que jamás llegó a ser titular de ninguna de las facultades de letras.

En 2004, cuando fue homenajeado en la ciudad de Rosario durante el tercer Congreso de la Lengua, dijo a La Jornada que había que recuperar aquellos resplandores, como los que hubo en tiempos en los que Argentina y México eran los lugares de encuentro de todos los hombres de las palabras y la gran literatura.


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