Pero mucho antes ya han existido sociedades que se habían comprometido a guardar silencio, generación tras generación, sobre las realidades cuya transmisión secreta a través de los siglos había dado vida precisamente a esas comunidades. Son sociedades que han nacido gracias a la posesión de unos conocimientos que no debían trascender a la masa, y que siguen viviendo gracias a la necesidad de conservar para el hombre esos conocimientos. Y ese mundo paralelo de las comunidades secretas, de la cábala, del esoterismo, de lo arcano, parece encontrarse con ese otro mundo, con esa otra realidad también paralela: con la realidad de «ellos».
El mismo interrogante vale para ambos casos: ¿Por qué debe mantenerse en silencio la realidad de los oprimidos? ¿Por qué debe mantenerse en silencio la realidad conocida por las hermandades secretas?
Ya el consejo dado por el célebre papiro Harris rezaba: «¡Cerrar las bocas!», y Fulcanelli da fin a su libro El misterio de las catedrales recomendando que «en la Ciencia, en el Bien, el Adepto debe siempre CALLAR».
Los griegos por su parte, al igual que los egipcios en el culto a Isis, guardaban un silencio absoluto sobre los misterios del culto de Ceres. La revelación del secreto de estas prácticas a los profanos se castigaba con la muerte.
De Isis afirma, a su vez, Fulcanelli, que es la madre de todas las cosas, que las lleva en su seno, y que sólo ella es la dispensadora de la Revelación y de la Iniciación. «Isis, Ceres, Cibeles: tres cabezas bajo el mismo velo», y «singular analogía hermética: Cibeles» —madre de los dioses— «era adorada en Pesinonte (Frigia) bajo la forma de una piedra negra que se decía haber caído del cielo».
Igual que la Caaba —los del país de Saba, o de Caba, son los cabalistas mismos—, la famosa piedra negra caída del cielo…
Con las estatuas de Isis se relacionan más tarde las vírgenes negras. Bigarne observa que Isis antes de la concepción «es, en la teogonía astronómica, el atributo de la Virgen que varios documentos, muy anteriores al cristianismo, designan con el nombre de virgo partitura; es decir, la Tierra antes de su fecundación, que pronto será animada por los rayos del sol».
La Tierra-madre, los rayos del Sol, las piedras negras.
Quienes se han dedicado al estudio del fenómeno OVNI en la antigüedad conocen una leyenda inca de Tiahuánaco —El calendario que figura en la Puerta del Sol de Tiahuánaco se ha identificado como el calendario de Venus—, según la cual de una nave dorada descendida de la «gran estrella esplendorosa» surge Orejona, que construyó, con piedras negras procedentes de su planeta, el primer templo de la isla del Sol. Orejona debía cumplir la misión de convertirse en madre de la Tierra. Estas analogías nos hacen sospechar una leyenda hermética inca.
Pawels y Bergier razonan de este modo: «es posible que lo que llamamos esoterismo, cimiento de las sociedades secretas y de las religiones, sea el residuo difícilmente comprensible y manejable de un conocimiento muy antiguo, de naturaleza técnica, que se aplica a la vez a la materia y espíritu»
; y apuntan hacia el probable peligro que entraña para toda la Humanidad el supuesto de que estos conocimientos llegaran a manos irresponsables.
Por otra parte, en un editorial de 1963 del desaparecido boletín «Informationen» de la «Gesellchaft für Interplanetarik “Austria”», leemos: «existe en la Tierra un mito que se adaptaría a los propósitos de los “espaciales” y bajo cuya influencia podría dar resultado el reclutamiento de “ayudantes”. Desde siempre. Nos referimos aquí a una sociedad que hace siglos ya se vanagloriaba de preparar la reforma de “todo el ancho mundo” y cuyos miembros no sólo se reunían en una “fortaleza suspendida en el aire”, sino que se ocupaban del “trabajo” en todo el sistema solar y poseían además “mil piezas” que harían palidecer de envidia a nuestros técnicos actuales»
.
El nombre de esta sociedad no hace al caso…, pero la posibilidad de su existencia sigue siendo de interés.
Con el estudio de los OVNI «estamos rozando el ocultismo de la doctrina agnóstica, las teorías rosacrucianas, el budismo, la teosofía…», dice Gordon Creighton, en tanto que Henry Sérouya, en su estudio sobre la Kábala, «precisa que el conocimiento del “carro de Dios” (!) no debía jamás ser transmitido por escrito, sino sólo de manera oral a aquellos que se mostraran dignos; es decir, a un pequeño grupo que había alcanzado previamente un grado de iniciación superior».
El tema que nos ocupa ahora es complejo, tan universal —en perspectiva terrestre—, que únicamente tendremos ocasión de rozarlo incompletamente, y además de forma aparentemente bastante confusa.
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